El placer de quemar by Ray Bradbury

El placer de quemar by Ray Bradbury

autor:Ray Bradbury [Ray Bradbury]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788445010327
editor: Minotauro
publicado: 2021-03-12T00:00:00+00:00


—Apague la radio —dijo Leahy con aire distraído.

Esta vez Mildred obedeció.

Leahy se sentó en un cómodo sillón y dobló las piernas sin mirar a Montag.

—Se me ocurrió pasar a ver cómo se encontraba el enfermo.

—¿Cómo se ha enterado?

—Oh. —Leahy sonrió con sus labios rosados y se encogió de hombros—. Soy perro viejo, ya lo he visto todo. Ibas a llamarme para decirme que necesitabas tomarte el día libre.

—Sí.

—Bueno, pues tómatelo —dijo Leahy—. Tómate dos días libres. Pero nunca tres. A menos, claro, que estés enfermo de verdad. No lo olvides. —Sacó un cigarro del bolsillo y cortó un trozo para masticarlo—. ¿Cuándo estarás bien?

—Mañana, pasado mañana, a principios de semana.

—Hemos estado hablando sobre ti —dijo Leahy—. Todos los hombres pasan por esto. Solo necesitan un poco de comprensión. Necesitan que les expliquen cómo funciona el mecanismo.

—¿Y cómo funciona?

—Montag, tengo la impresión de que no has asimilado la historia de tu honorable oficio. Ya no se la explican a los novatos. Solo los jefes de los bomberos la recordamos. A mí, sin embargo, me gustaría compartirla contigo. —Masticó un momento.

—Sí —dijo Montag.

Mildred se movió con nerviosismo.

—Te preguntas el porqué, el cómo y el cuándo. Me refiero a esto de los libros.

—Es posible.

—Diría que todo empezó en los primeros años del siglo XX. Tal vez después de la guerra de Secesión. Se habían inventado la fotografía, las imprentas rápidas, las películas, la televisión. Las cosas comenzaron a ser para masas, Montag, masas.

—Entiendo.

—Y, puesto que eran para masas, había que hacerlas más sencillas. Ahora llegamos a los libros. Al principio atraían la atención de unos pocos de aquí y de allá. Podían permitirse ser distintos unos de otros. No había problema de espacio en el mundo. Había mucho sitio para la discrepancia y la diversidad, ¿verdad?

—Verdad.

—Pero entonces el mundo se llenó de masas y de diversidad, y las cosas destinadas a millones de personas debían ser sencillas. El cine, la radio, la televisión, las revistas de gran tirada tenían que ser una especie de pudín insípido, por así decirlo. ¿Me entiendes?

—Creo que sí.

—Intenta imaginarlo. El ser humano del siglo XIX con sus caballos, sus libros y su tiempo libre. Podría definirse como el hombre a cámara lenta. La gente tardaba un año en sentarse, levantarse, saltar una valla… Luego, en el siglo XX, el movimiento se aceleró.

—Un símil apropiado.

—Espléndido. Los libros se abrevian. Aparece la condensación. Se simplifican los tabloides y los programas de radio. La exquisita mímica de los grandes actores se reduce a una caída de culo. Todo se sublima en el chiste, el gag, el final sorpresa. Se sacrifica todo por el ritmo.

—El ritmo. —Mildred sonrió.

—Se abrevian los grandes clásicos a espectáculos de quince minutos, y luego de dos. Los libros se resumen en una columna, luego en dos líneas, como si fueran las entradas de un diccionario. Las revistas se convierten en álbumes de fotos. Hasta que, al cabo de un par de siglos, se sale de la guardería para ir a la universidad, y de ahí, de vuelta a la guardería.



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