El país del diablo by Perla Suez

El país del diablo by Perla Suez

autor:Perla Suez [Suez, Perla]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


Almacén de ramos generales, 1861

El viejo James Barnes no tiene miedo a los indios. Les vende aguardiente y herramientas, y a cambio recibe lazos, pieles y tejidos que puede ofrecer a un alto precio. Lleva las cuentas en un libro de tapas verdes y da facilidades de pago a sus clientes.

Barnes tiene en la mano una tira de papel manila. Anota en una lista los artículos que necesita reponer. Cuando no usa el lápiz se lo pone detrás de la oreja y su almacén huele a alfalfa. No escucha cuando entra Rufino. El chico viene a pedirle trabajo.

Buenas, ¿quiere que le pinte el frente?

Los ojos de Rufino son oscuros y brillantes.

¿Qué otra cosa sabés hacer chico?

Lo que mande, señor.

La mirada de Rufino martilla en el pecho de Barnes.

El viejo saca un tazón de la alacena y lo pone frente al chico. Hunde un tarro de mango largo en un tambo, sirve leche hasta el tope. Le da pan y un cuchillo.

Sentate, comé, le dice.

En medio de la mesada hay una horma de queso a la que le falta un pedazo. Rufino toma la leche de un trago y Barnes le llena el tazón por segunda vez.

Después el chico se siente vigoroso.

Barnes le presta un balde, una brocha y la escalera.

Hay que pintar afuera y adentro, le dice.

Rufino prepara la mezcla con una parte de sangre de toro, una parte de cal y una parte de agua.

Es tarde, el almacén huele a pintura, ahora las paredes son rosadas. Bajo la lámpara una barra de jabón parece un lingote de oro. Rufino repasa un estante con un trapo para despegarle el polvillo a la loza. Frente al mostrador está un hombre sentado, se lo ve triste. Barnes le sirve un vaso de vino, y cuando él toma, la luz rojiza estalla sobre su cara.

Una polilla aletea y trepa por la pared. Rufino la apunta con el dedo índice, una mano empuña la otra y el chico excitado dispara. Descarga una ráfaga de balas imaginarias. Atolondrada por el fulgor, la polilla choca contra el vidrio de la lámpara. Una borra se desprende de sus alas y una marca de grasa aterciopelada queda estampada en la pantalla.

Estate quieto chico, dice Barnes con su voz ronca.

Rufino se tumba sobre el forraje. El hombre que está tomando vino le pide que cante algo.

El chico canta una vidala.

La cortina de totora se bambolea, entra un jinete y la voz de Rufino se apaga. El sombrero ladeado no deja verle la cara, una chalina de alpaca sobre el hombro, el pantalón del ejército, las espuelas de bronce. Se acerca golpeando los tacos. Sus movimientos suenan como latigazos. Olfatea el aire, saluda con la cabeza. Se queda de pie cerca del hombre que toma vino, los codos sobre la mesada. Saca una caja de latón del bolsillo de su camisa y convida cigarrillos, en el dedo medio usa un anillo de plata. Barnes acepta uno y lo enciende. El hombre que toma vino no fuma pero agradece con un gesto.



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