El origen de todos los males by Sofía Guadarrama Collado

El origen de todos los males by Sofía Guadarrama Collado

autor:Sofía Guadarrama Collado [Guadarrama Collado, Sofía]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-381-851-3
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2022-04-25T00:00:00+00:00


LAUREANO

Qui s’enfuit déjà. Oublier le temps,

des malentendus et le temps perdu.

Estabas ciego, Laureano. Ciego de amor. ¿Qué padre no se enamora de sus hijos? Los amabas a los tres por igual, pero tu esposa alegaba que eras diferente con Renata. Tal vez un poco más cariñoso porque ella era así contigo; además, fue con la que más tiempo compartiste. Cuando Alan e Irene nacieron, tú ya no podías estar tantas horas con ellos por cuestiones laborales. Pero con Renata fue muy distinto. Fue único. Jamás esperaste algo así. Renata era el mejor regalo que la vida te había dado: era tan ocurrente y alegre.

En una ocasión Sabina fue de viaje con sus papás. Me quedé con Renata, de cinco años. Era la primera vez que la tenía que cuidar yo solo. Jugamos con sus muñecas, a las escondidillas, coloreamos, fuimos al parque, regresamos, le leí un cuento, luego otro y otro. “Ya vamos a comer”. No quiso el guisado que Sabina nos había dejado en el refrigerador. A comprar hamburguesas. Otra vez a colorear y a jugar con unas tarjetas.

“Ya me cansé, Renata”, dijiste en la cama y ella pidió jugar al oso que perseguía a la niña por la casa. Al día siguiente, la llevaste a Tower Records y le compraste cuatro películas infantiles. ¿Cuántas veces le recriminaste a Sabina por no dedicarle tiempo a Renata? “No podemos dejar que la televisión la eduque”, sermoneabas.

Un día la viste subir a la azotea, servir agua en una cubeta pequeña, ponerla sobre la barda y esperar. De pronto, gritó: “¡No hay nadie!”, y dejó caer el agua. Sus víctimas fueron un par de misioneros mormones que iban predicando de casa en casa. No respondiste al timbre para no tener que ofrecer disculpas. Te divertía espiar a Renata mientras hacía travesuras. En otra ocasión, la viste intercambiar los contenedores del azúcar y la sal. “Esta sopa sabe dulce”, dijo Sabina esa tarde. Te aguantaste la risa.

Alan, en cambio, era muy apegado a su madre y tú nunca sentiste celos. Quizá porque tú siempre sentiste más amor por tu madre que por tu padre, no sabes por qué, pero lo entendiste cuando nacieron tus hijos. Irene era callada e indiferente. No le gustaba que la besaran o la abrazaran. No estaba interesada en el cariño y tú lo comprendiste. Tu hermano menor era igual y creció sin problemas. Tu cuñada se quejó muchas veces de que él no era cariñoso, pero todos en casa le dijeron que así había sido desde niño.

Eran muy felices. O eso creías. À savoir comment. Oublier ces heures. Qui tuaient parfois à coups de pourquoi le cœur du bonheur.

Nunca le diste importancia a lo que Sabina te decía todas las noches: “Renata rompió los vasos por andar corriendo en la casa. Renata encerró a Alan en el baño. Me hablaron de la escuela para avisarme que Renata le dio de golpes a una compañera. Renata quemó toda mi ropa interior en la azotea. Renata esto. Renata lo otro”.

Para ti eran simples travesuras.



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