El niño de las chabolas by Azouz Begag

El niño de las chabolas by Azouz Begag

autor:Azouz Begag [Begag, Azouz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1986-04-15T00:00:00+00:00


* * *

Íbamos de camino a la escuela cuando nos cruzamos con dos Peugeot 404 y un furgón de la policía que iban hacia la Chaâba.

—¡Van a nuestra casa! —gritó Rabah.

Todos volvimos corriendo detrás de los vehículos, que iban a poca velocidad por culpa de los baches.

Efectivamente, se paran en el terraplén de la Chaâba, y unos hombres de uniforme se precipitan hacia la entrada. Uno de ellos, seguramente el inspector, pregunta:

—¿Quién es aquí el jefe?

Hacène se acerca a mí.

—Han venido por lo de las putas. Estoy seguro.

—¡Me extrañaría!

—Puede que alguno de los clientes al que le hayamos roto el parabrisas nos haya denunciado.

—A lo mejor tienes razón.

—Entonces ¿aquí no hay nadie que hable francés? —⁠continúa gritando el inspector, delante de la puerta.

Con una señal llama a tres policías, que inmediatamente rodean la Chaâba, mirando con ojo inquisidor. El inspector nos lanza una mirada no demasiado amigable.

Dos mujeres, entre ellas mi madre, acuden a la entrada. Por pudor, se han envuelto la cabeza en toallas de baño.

El inspector formula el motivo de su visita:

—Aquí hay mataderos clandestinos. ¿Dónde están?

Las mujeres permanecen mudas. Levantan al cielo las manos abiertas para mostrar su ignorancia.

—Corderos… carnicería… cuic… cuic… —⁠dice el inspector mientras imita un cuchillo cortando la garganta de un animal.

Esta vez mi madre lo entiende.

—No sé. Yo no hablar francés. No entender…

El inspector pierde la paciencia, irritado por mi madre que no para de repetir: «¡No entender…! ¡No entender!».

—Todos sois iguales. Nunca entendéis francés delante de la poli.

Después, volviéndose hacia un compañero:

—Sólo saben hablar francés cuando les interesa. Venga, vamos. Vosotros dos, por aquí. Tú, por ese lado. Los otros conmigo.

Los policías entran en nuestras casas y lo registran todo de cabo a rabo. Nada. Ni el más mínimo olor a sangre de cordero. Ni la más mínima pizca de lana. Salen mirándonos de pies a cabeza. Al llegar a la entrada, el inspector lanza una nueva mirada sobre sus sospechosos… Un escalofrío me recorre el cuerpo. El inspector sonríe, da tres pasos hacia mí y me clava los ojos:

—¿Vas a la escuela, pequeño?

—Sí, señor.

—¿A qué escuela vas?

—A la escuela Léo-Lagrange, señor.

—¿Y estudias mucho en la escuela Léo-Lagrange?

—Sí, señor. Ahora estoy entre los primeros. Antes…

El inspector me interrumpe:

—Eso está bien. Ya sabes que hay que estudiar mucho. Algún día, si quieres, también podrás ser inspector de policía. Pero, dime, hará falta que hagas respetar la ley. ¿Crees que tú podrás hacer eso?

—Por supuesto, señor. En la escuela aprendemos lecciones de moral.

—¡Ah! Entonces, podrás ser un gran inspector. Ahora ¿puedes decirme dónde se matan aquí los corderos?

—Sí, señor. Sé dónde es. Mi tío es el carnicero. Mata los corderos detrás de las chabolas, al fondo del jardín. ¿Ve el manzano? Bueno, pues ahí, justo detrás.

—Ve tú delante e indícame cómo se llega, señor futuro inspector.

Orgulloso de mí mismo y bajo las miradas estupefactas de las mujeres de la Chaâba, conduzco a los representantes del orden y la justicia hasta la mancha de sangre seca. Encima están los ganchos de los que mi tío cuelga a los animales para despiezarlos.



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