El muro by Óscar Hernández-Campano

El muro by Óscar Hernández-Campano

autor:Óscar Hernández-Campano [Hernández-Campano, Óscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Distopía
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


* * *

El comité de científicos al que me uní años después, instalado en aquel centro de refugiados, comenzó a trabajar de inmediato. Más vale tarde que nunca, nos decíamos unos a otros tratando de insuflarnos ánimos. Las cosas se habían deteriorado mucho a esas alturas. La sequía era persistente y empeoraba cada día. Los acuíferos se agotaban, los lagos reducían su tamaño, los ríos se secaban hasta ser apenas riachuelos que no llegaban al mar y las aguas continentales que rodeaban nuestro pequeño mundo empezaban a retirarse sin explicación aparente. Incluso las nieves de alta montaña, los hielos perpetuos que custodiaban el norte, se habían ido derritiendo hasta desaparecer. El calor aumentaba de forma imperceptible y aquel recalentamiento fundía el hielo, evaporaba el agua y reducía unas reservas que, de repente, valían tanto como el oro. Entonces, cuando el daño era evidente, el derroche se zanjó. Las leyes que promulgó el nuevo Gobierno militar todopoderoso, sin cortapisas constitucionales o parlamentarias, trataron de poner freno al dislate que habíamos vivido durante años, malgastando y agotando recursos que no se podían reponer porque solo disponíamos de lo que había en nuestro trozo de mundo. Las importaciones y exportaciones habían cesado años atrás, cuando ya no se pudo saltar el muro. Teníamos de todo, sí. No necesitábamos nada, claro.

Pero lo esquilmamos. Creímos que la autarquía sería viable porque nuestros recursos eran variados y abundantes. Pero nadie contaba con que el muro nos dejaría sin agua.

La prohibición de regar los jardines y llenar las piscinas de las casas de la clase pudiente levantó una ola de airadas protestas por parte de aquellos que solían ser incondicionales con el poder. De nada les sirvió quejarse. El pueblo, rico solo en paciencia, número y capacidad de sacrificio, llevaba años sufriendo las restricciones que solo entonces empezaron a afectar a la clase alta. La cosa va en serio, afirmó tajante el ministro portavoz, otro general con la pechera colmada de condecoraciones y mirada ceñuda, en una retransmisión que se emitió por todos los canales de radio y televisión. Siempre había ido en serio para la mayoría, acostumbrada desde hacía años a la escasez, a las restricciones y a buscarse la vida. Pero fue entonces, en el momento en que los poderosos sintieron el miedo, cuando se desató la locura.

En el centro de refugiados, antes de que llegaran los supervivientes del caos que asoló la civilización, toda ciudad, pueblo y aldea, los científicos trabajábamos día y noche, sin descanso. Nos dividimos en equipos según nuestra especialidad y las hipótesis con las que trabajásemos. Había un equipo de físicos, uno de químicos, uno informático y uno multidisciplinar que trataba de conectar nuestros estudios emulando la composición del muro, que era, estábamos convencidos, la clave de su poder y resistencia. Disponíamos de todos los medios técnicos que solicitamos al militar que hacía de enlace entre el Gobierno y el comité y que se había quedado con nosotros al mando de un destacamento de soldados silenciosos y educados cuya presencia nos pasaba casi desapercibida.



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