El misterio del teatro del crimen by Ulises Cabal

El misterio del teatro del crimen by Ulises Cabal

autor:Ulises Cabal [Cabal, Ulises]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1993-01-14T16:00:00+00:00


7. Las apariencias engañan

—¿ENVENENADO? —preguntó Ciutti, que estaba bebiendo un poco de agua mineral de una botella de plástico y lo escupió de inmediato como si en ella también hubiera ponzoña.

—Seguramente salió ya enfermo a escena, aunque ni él mismo se diera cuenta —afirmó Ulises al tiempo que, con un pañuelo de papel, limpiaba la babilla que rezumaba por la comisura de los labios del cadáver.

—Pero ¿cómo se puede envenenar uno e interpretar tan ricamente un papel? —preguntó Luis con gesto de incredulidad.

—En primer lugar —aclaró Ulises—, no es que este hombre se envenenara, sino que lo envenenaron. Y en segundo, que hay venenos que causan efecto con cierto retraso, cuando llegan a la zona del organismo a la que van a destruir.

Charo se fijó en que los hombres seguían armados con espadas y dagas. Las mujeres sólo tenían los adornos religiosos de su vestuario, pero cualquiera podría ser la envenenadora; para eso no se necesitan más utensilios que las propias manos y un corazón de hielo.

Allí estaban, frente a ella, frente a ellos, los sospechosos: desde Brígida, la fumadora, al amigo de Ulises, don Luis Mejía, o Matamoros; desde el mismísimo director, al enfermizo Ciutti; desde el atribulado don Juan Tenorio, hasta su Inés del alma. Y el gato, y los ratones. Y el muerto. Pero ¿qué pasaría si Ulises llegaba a descubrir que don Gonzalo se había suicidado?

—Alguno de ustedes podría pensar que existe una posibilidad, aunque sea remota, de que este hombre haya muerto de forma accidental o por su propia mano —dijo de improviso Ulises sin mirar a nadie en concreto—. Desde luego, la posibilidad de suicidio hemos de descartarla, porque un hombre que es capaz de disfrazarse para hacerle un favor a un amigo no creo que luego decida hacer el numerito de acabar como un triquitraque.

Ulises olió el pañuelo de papel que contenía la huella del veneno. Y meditó en voz alta:

—Recuerdo el veneno de un tipo de escorpión que sólo habita en el norte de África. Tiene el mismo olor característico, como a huevos podridos.

—¿Y no habrá sido precisamente eso: una mala digestión de huevos en el desayuno? —preguntó don Luis haciendo una especulación—. Creo recordar que los tomaba con frecuencia, revueltos, a la plancha, o duros.

—Sí —ratificó el director—, en eso tiene razón. Al difunto le encantaban los huevos, sobre todo con bacon.

—Pero… —interrumpió Ulises siguiendo con su meditación— no sólo existen escorpiones venenosos en el norte de África. Aquí, en Castilla, sin ir más lejos…

—Entonces… —dedujo el director doblando entre sus manos el bolígrafo con cierto nerviosismo—… entonces uno de nosotros es el culpable. Pero ¿cómo vamos a descubrirlo?

—Con estudio, análisis, investigación. —Ulises recordó otro incidente con veneno, no lejos de allí, en el colegio embrujado de Salamanca. En aquel caso provenía de una serpiente carroñera del Amazonas y un esqueleto fue quien trató de inyectárselo. Desde entonces había decidido profundizar en los estudios de la toxicidad, causas y efectos—. Tal vez alguno de ustedes sepa que los orígenes de mi afición detectivesca se los debo a mi tío Amaniel.



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