El mago by Michael Scott

El mago by Michael Scott

autor:Michael Scott [Scott, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 26

Perenelle Flamel estaba perpleja. Moviéndose sigilosamente entre unos pasillos apenas iluminados, había descubierto que todos los calabozos de los primeros pisos de la cárcel isleña estaban repletos de criaturas procedentes de los rincones más sombríos de los mitos. La Hechicera se había topado con una docena de especies vampíricas diferentes y diversas criaturas mitad hombre mitad monstruo, como también bribones trasgo, troles y cluricauns. En una de las celdas aguardaba un minotauro con pocos meses de vida; en la mazmorra ubicada justo enfrente, dos windigos caníbales yacían inconscientes sobre un trío de onis. Un pasillo entero de calabozos albergaba a multitud de especies emparentadas con dragones, dragones heráldicos y dragones que escupen fuego por las narices.

Perenelle no creía que estuvieran atrapados como prisioneros, pues ninguna de las celdas se encontraba cerrada. Sin embargo, todos estaban dormidos y protegidos tras una telaraña de color plateado. Aun así, Perenelle no estaba segura de si dicha telaraña estaba destinada a mantener a las criaturas a salvo o encerradas. No había visto ninguna criatura que pudiera reconocerse como aliada. Pasó por una mazmorra en que la telaraña pendía del techo formando jirones desiguales. La celda se hallaba vacía, pero las telarañas y el suelo mostraban una dispersión de huesos, ninguno de ellos humano.

Eran criaturas procedentes de tierras diferentes, extraídas de mitologías casi olvidadas. Algunas, como los windigos, eran originarias del continente americano. Otras, hasta lo que ella sabía, jamás habían viajado al Nuevo Mundo, sino que habían preferido mantenerse a salvo en sus patrias o en Mundos de Sombras que rodeaban esas patrias. Los onis japoneses jamás podrían convivir con peists celtas.

Allí, había algo que no encajaba.

Perenelle dobló una esquina y sintió cómo una brisa le despeinaba el cabello. Se dio la vuelta, abrió las aletas de la nariz y respiró un aire con aroma a sal y algas marinas. Echando un rápido vistazo por encima del hombro, se apresuró por el pasillo.

Sin duda alguna, Dee había estado coleccionando estas criaturas, reuniéndolas en un mismo lugar, pero ¿por qué? Y más importante aún, ¿cómo? Capturar a un único vétala era algo inaudito, pero ¿a una docena? ¿Y cómo se las había arreglado para separar a un minotauro de su madre? Ni siquiera Scathach, tan intrépida y mortal, se enfrentaría a un miembro de esta especie si podía evitarlo.

Perenelle llegó a un tramo lleno de escaleras. El olor a sal marina se había intensificado y la brisa era más fría. Antes de pisar el primero de los peldaños, la Hechicera vaciló y se inclinó ligeramente para comprobar si la escalinata contenía hebras plateadas. Aún no había visto aquello que entretejía las telarañas que engalanaban los calabozos, lo cual le ponía muy nerviosa. El hecho de no haber distinguido a los creadores de tales telarañas le indicaba que probablemente estaban durmiendo, lo que significaba que, tarde o temprano, se despertarían. Y cuando lo hicieran, la prisión se llenaría de arañas que pulularían por sus pasillos. Perenelle no quería seguir allí cuando eso sucediera.

Había recuperado parte de su poder, de hecho el suficiente como para defenderse.



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