El Maestro Y Margarita by Mijail Bulgakov

El Maestro Y Margarita by Mijail Bulgakov

autor:Mijail Bulgakov [Bulgakovl, Mijail]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788420666334
Amazon: 8420666335
editor: Alianza
publicado: 1967-01-01T23:00:00+00:00


17 En uno de los libros sobre el doctor Fausto, junto con Lucifer, rey de los infiernos, y del virrey Belial, figura

Abadónn, gran ministro y consejero del diablo. (N. de la T.)

23.

El Gran Baile de Satanás

Era casi medianoche y tuvieron que apresurarse. Margarita apenas veía lo que ocurría a su

alrededor. Se le grabaron en la memoria las velas y una piscina de colores. Cuando se

encontró de pie en el fondo de la piscina, Guela y Natasha, que estaban ayudando, le echaron

encima un líquido caliente, espeso y rojo. Margarita sintió en sus labios un sabor salado y

comprendió que la estaban bañando en sangre. La capa sangrienta fue sustituida por otra:

espesa, transparente y rosácea. A Margarita le produjo cierto mareo el aceite de rosas. Luego

la tumbaron en un lecho de cristal de roca y le dieron fricciones con grandes hojas verdes y

brillantes.

Entró el gato, que también se puso a ayudar. Se sentó en cuclillas a los pies de Margarita

y empezó a frotarle los talones como si estuviera en la calle de limpiabotas.

Margarita no recuerda quién le hizo unos zapatos de los pétalos de una rosa pálida, ni

cómo se abrocharon ellos mismos con engarces de oro. Una fuerza la levantó y la colocó

frente a un espejo. En su cabello brilló una corona de diamantes de reina. Apareció Koróviev

y le colgó en el cuello la pesada efigie de un caniche negro, que colgaba de una voluminosa

cadena en un marquito ovalado. Este adorno le resultó muy molesto a la reina. La cadena

empezó a rozarle el cuello y la imagen la obligaba a encorvarse. Pero hubo algo que fue como

un premio para Margarita por las molestias que le causaban la cadena y el caniche: el respeto

con que empezaron a tratarla Koróviev y Popota.

—¡Qué se le va a hacer! —murmuraba Koróviev en la puerta de la habitación de la

piscina—. ¡No hay más remedio! ¡Es necesario!… Permítame, majestad, que le dé el último

consejo. Entre los invitados habrá gente muy diferente, ¡y tan diferente!, pero, mi reina

Margot, no debe mostrar preferencia por nadie. Si alguien no le gusta…, estoy seguro de que a

usted no se le notará en la cara, pero ¡no puedo ni pensarlo! ¡Lo notarían inmediatamente!

Tiene que llegar a quererle, reina. Así, la dama del baile será pagada con creces. Otra cosa

más: no deje a nadie sin una sonrisa, aunque sólo sea una sonrisita, si no le da tiempo a decir

nada, aunque sólo haga un movimiento con la cabeza. Bastará con lo que se le ocurra,

cualquier cosa, menos la falta de atención, eso les haría desvanecerse…

Margarita, acompañada por Koróviev y Popota, dio un paso de la habitación con piscina a

la oscuridad absoluta.

—Yo, yo —susurraba el gato—, ¡yo daré la señal!

—¡Anda! —le respondió Koróviev en la oscuridad.

—¡¡¡El baile!!! —chilló el gato con voz estridente, y Margarita dio un grito y cerró los

ojos. El baile cayó en forma de luz y, con ella, sonido y olor. Margarita, conducida por el

brazo de Koróviev, se encontró en un bosque tropical. Unos loros verdes, con las pechugas

rojas, gritaban: «¡Encantado!». Pero el bosque



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