El lobo feroz by Nele Neuhaus

El lobo feroz by Nele Neuhaus

autor:Nele Neuhaus [Neuhaus, Nele]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga-Thriller
ISBN: 9788417108434
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-24T23:00:00+00:00


Domingo, 27 de junio de 2010

La calle parecía medio muerta bajo la tenue luz de dos farolas. A las cuatro menos diez de la madrugada, ni siquiera en la pensión Rudolph había demasiado movimiento. Todas las ventanas estaban oscuras. Bernd le había insistido en que estuviera ojo avizor por si veía coches desconocidos antes de apearse y abrir la verja. Incluso se había ofrecido a acompañarla él mismo a casa en coche, pero ella se había negado. Condujo hasta el final de la manzana a velocidad de peatón, torció a la izquierda por Haingraben y volvió a incorporarse a Alt Niederhofheim a la altura de la pensión Rudolph otra vez. Nada extraño. Leonie sabía muy bien qué coches eran de los vecinos, y todos los demás que había visto también tenían matrícula del Meno-Taunus. Si la cosa seguía así, al final acabaría sufriendo manía persecutoria. Se detuvo ante la verja de su patio, se apeó y abrió la cancela. El detector de movimiento reaccionó, el foco de encima de la puerta se encendió e inundó el patio con una luz resplandeciente. Descorrió el cerrojo y abrió la gran verja. Lo cierto era que llevaba años viviendo sola y no solía tener miedo, pero desde hacía un par de días le entraba una extraña sensación de vulnerabilidad al anochecer. Sus pálpitos rara vez la engañaban. ¡De haber hecho caso a su instinto y no haber metido a Hanna Herzmann en todo ese asunto, ahora no tendrían esos problemas! El rencor que sentía por esa mujer con aires de superioridad y afán de protagonismo había crecido lo indecible. ¡Por su culpa acababan de tener una pelea muy seria!

Leonie metió el coche en el patio, cerró la verja y volvió a pasar el cerrojo a conciencia. Ya en la casa, fue a la cocina y sacó una botella de cola light de la nevera. La lengua se le pegaba a las encías, tenía tanta sed que se bebió el medio litro de golpe. Con una mano escribió un mensaje de texto, tal como habían acordado. «Todo ok, ya estoy en casa.»

Se quitó los zapatos y fue al lavabo que reservaba para los pacientes. Esa espantosa flatulencia llevaba torturándola todo el día, pero no era capaz de ir al retrete en ningún otro lugar. Cuando terminó, abrió un poco la ventana y salió del baño. Una vez fuera, le dio al interruptor de la luz y casi se muere del susto. Justo delante de ella había dos figuras enmascaradas y con gorras de béisbol oscuras bien caladas.

–¿Qué...? ¿Qué hacen aquí? –Leonie intentó que su voz sonara segura, aunque el miedo hacía que el corazón casi se le saliera por la boca–. ¿Cómo han entrado?

¡Maldita sea! Se había dejado el móvil en la mesa de la cocina. Empezó a retroceder despacio. Tal vez podría subir corriendo la escalera, encerrarse en el dormitorio y pedir ayuda por la ventana. Pero ¿la puerta del dormitorio tenía pestillo? Un paso más hacia atrás, metro y medio hasta la escalera.



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