El hacha de piedra by David Monteagudo

El hacha de piedra by David Monteagudo

autor:David Monteagudo [David Monteagudo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-11-29T00:00:00+00:00


Alfa tenía sentimientos contradictorios. Por una parte le contrariaba encontrarse con una situación tan diferente a la que había imaginado en su largo camino de regreso a la cueva, cuando soñaba que Beta le recibiría alborozada, con una buena hoguera y abundancia de carne asada. Lo que había encontrado, en cambio, resultaba penoso e inquietante, y además amenazaba con frustrar sus proyectos de exploración para el día siguiente, pues para ello necesitaba de la participación activa de Beta. Pero al mismo tiempo le preocupaba el estado en que ésta se encontraba. Le preocupaba con una inquietud y una ansiedad que eran nuevas para él, que sólo podían compararse con la preocupación que había sentido por él mismo, en las pocas ocasiones que había sufrido una lesión o se había visto en verdadero peligro de perder la vida.

Lo que le ocurría a Beta era desconocido para él. No encajaba en ninguna de las tres únicas categorías o estados que Alfa podía reconocer: estar bien, estar herido, estar muerto. Era evidente que Beta no se encontraba bien, que esa especie de sueño inquieto y pegajoso en el que estaba inmersa era algo perjudicial e indeseable, pues no podía salir de él por mucho que la zarandease y le gritase con la esperanza de retornarla a su estado normal. Pero, por otra parte, no tenía ninguna herida, golpe o fractura, como bien pudo comprobar tras un detenido examen, entre el rechazo semiinconsciente e instintivo de Beta a sus manipulaciones.

Lo que más le confundía era que todos esos elementos: los manotazos, el obstinado rechazo, la intensa transpiración, incluso ese calor anormal que irradiaba todo su cuerpo, le parecían síntomas de vitalidad, de una gran energía que salía del cuerpo de Beta hacia el exterior. Y en cambio sabía, tenía la certeza –que ni siquiera se molestaba en analizar– de que lo que le ocurría a Beta era algo malo, y que además significaba una amenaza para su futuro: para el futuro de los dos.

Tenía que luchar contra aquella dificultad, devolver a Beta a su estado habitual. Pero no sabía cómo hacerlo. “¡La comida! La comida –pensó– cuando estoy débil me ayuda, me devuelve la fuerza ¡Beta tiene que comer!”. Buscó entre las provisiones de la cueva, y al poco rato intentaba que Beta engullera un trozo de carne ahumada: el que le había parecido, por su tamaño y consistencia, más alimenticio y apetitoso. Intentó abrirle la boca, hacerle notar el sabor, pero pronto comprendió que Beta no tenía hambre, y que la comida le despertaba rechazo y repulsión en vez de apetito.

En cambio bebió con avidez cuando le acercó un cuenco con agua, como si la necesitase urgentemente, como si en el agua estuviera la solución a todos sus problemas. Pero su situación no mejoró. El largo trago acabó en toses y convulsiones del estómago, y una especie de nausea que le hizo vomitar parte de lo que había bebido.

Alfa estaba agotado por el largo viaje, y los sucesivos fracasos en su intento de ayudar a Beta no hacían sino aumentar su sensación de cansancio y de derrota.



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