El Golem by Gustav Meyrink

El Golem by Gustav Meyrink

autor:Gustav Meyrink [Meyrink, Gustav]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1915-01-01T05:00:00+00:00


MIEDO

Tenía la intención de coger el abrigo y el bastón e irme a comer a la pequeña taberna «Zum alten Ungelt», donde se sentaban todas las noches hasta tarde Zwakh, Vrieslander y Prokop, contándose mutuamente historias absurdas; pero apenas había entrado en mi habitación, se me quitaron las ganas, como si unas manos me hubiesen arrebatado un pañuelo o algo parecido que había llevado pegado al cuerpo.

Sentía una tensión en el ambiente que no me podía explicar, pero que, no obstante, era algo real y palpable y que, en el transcurso de unos segundos, se traspasó a mí con tal fuerza que al principio no sabía qué hacer, tal era mi nerviosismo: encender la luz, cerrar la puerta, sentarme o caminar de un lado a otro.

¿Había entrado alguien durante mi ausencia y se había escondido? ¿Era el miedo de un hombre a ser descubierto lo que se me contagiaba? ¿Estaba quizá Wassertrum allí?

Miré tras las cortinas, abrí el armario, miré en la habitación contigua: nadie.

También el estuche estaba, intacto, en su lugar.

¿No sería mejor que quemara las cartas y así pudiera estar tranquilo de una vez por todas?

Comencé a buscar la llave en mi chaleco… pero ¿tenía que ser ahora? Tenía tiempo de sobra hasta la mañana siguiente.

¡Primero encender la luz!

No podía encontrar las cerillas.

¿Estaba la puerta cerrada? Retrocedí un par de pasos. Volví a detenerme.

¿A qué se debía ese miedo?

Iba a hacerme reproches por ser tan cobarde, pero los pensamientos se interrumpieron en medio de la frase.

De repente me asaltó una idea demencial: rápido, rápido, decidí subirme a la mesa, coger una silla, levantarla y romperle la cabeza con ella hasta que quedase aplastado contra el suelo… si… si se acercaba.

«Pero si aquí no hay nadie», me dije en voz alta y enojado, «¿acaso has temido a algo en la vida?»

No sirvió de nada. El aire que respiraba se tornó tenue y cortante como el éter.

Si hubiese visto algo, cualquier cosa: lo más espantoso que se pueda imaginar… en un instante habría desaparecido el miedo.

Pero no sucedió nada.

Escudriñé con mis ojos cada rincón:

Nada.

Por todas partes cosas familiares: muebles, baúles, la lámpara, el cuadro, el reloj de pared… viejos amigos, inanimados, fieles.

Esperaba que se transformaran con mis miradas y que me dieran un motivo para atribuir la asfixiante sensación de angustia a una ilusión de los sentidos.

Pero tampoco. Siguieron rígidamente fieles a sus formas. Con demasiada rigidez en la penumbra reinante como para ser algo natural.

«Están bajo la misma coacción bajo la que tú estás», sentí. «No se atreven a hacer el mínimo movimiento».

¿Por qué no funciona el reloj de pared?

La asechanza a mi alrededor engullía cada sonido.

Moví la mesa y me asombré de que no pudiera oír el ruido.

¡Si al menos silbara el viento fuera de la casa!

¡Ni siquiera eso! O si la madera crepitara en la estufa… el fuego se había apagado. Y una vez más esa espantosa asechanza en el aire… continua, ininterrumpida, como el fluir del agua.

¡Ese vano estado de alerta de todos mis sentidos! Desesperaba de poder resistirlo.



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