El fin de las dulces mentiras by Rafael Herrero

El fin de las dulces mentiras by Rafael Herrero

autor:Rafael Herrero [Herrero, Rafael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción contemporánea
ISBN: 9788417077754
editor: Editorial Alrevés
publicado: 2019-03-21T05:00:00+00:00


TRECE

VESTIDA DE BLANCO… Y CON UNA REBECA POR LOS HOMBROS, COMO EN LA FOTOGRAFÍA

Lucía me dice que Isabel me está esperando, pero que no se encuentra bien, que está muy cansada y le cuesta hablar.

—Si por mí fuera, te pediría que no entres a verla, que lo dejes para otro día… Pero ella no me lo perdonaría, insiste en que necesita hablar contigo, y que se le acaba el tiempo… ¿Entiendes lo que quiere decir? Está obsesionada con que no le queda tiempo.

—Sí… ¿Qué quieres que haga? Dímelo… Yo no sé qué hacer.

—¿Eres tú, Alejandro?… ¿Eres tú?

La voz de Isabel es como un hilo a punto de romperse. Lucía se asusta y, corriendo, sube a su habitación, y oigo sus voces… Bueno, solo la de Lucía, la de Isabel es un susurro lejano y angustioso. Una respiración entrecortada.

—Por favor, abuela, vuelve a la cama… ¿Qué es lo que quieres? ¿Morirte?, ¿es eso?… Claro que no… No se va a ir… De verdad… Por favor, tienes que tranquilizarte… Por favor. Hazlo por mí.

Dejo de escucharlas, y pienso que soy muy egoísta, que lo que tengo que hacer es marcharme y volver más tarde. Pero no me voy y me quedo esperando… Quiero hablar con ella, necesito hablar con ella a pesar de todo. Sé que estoy a punto de descubrir un misterio que me acompaña desde la infancia, que me angustia… Y eso me da miedo, y me inquieta… Y también me llena de esperanza.

—Tranquila… Anda, bebe un poco de agua… No se ha ido… Te doy un lexatin, ¿de acuerdo?

Espero, trato de estar tranquilo. Me muevo por la habitación deseando escuchar la voz de Lucía que me diga que ya puedo pasar, y por primera vez me doy cuenta de que la casa, a pesar de su abandono, es acogedora. Me acerco a un velador que está al lado de un gran ventanal. Hay varias fotografías enseguida, una de ellas llama mi atención… Son dos mujeres jóvenes, vestidas para jugar al tenis. Y me sobresalto, y siento mi respiración agitada… La más alta de las dos es mi madre, estoy seguro… Su mirada, su leve sonrisa… Está guapísima, el pelo recogido por una diadema, falda blanca, no muy larga, abotonada por delante, y con un cinturón estrecho ceñido a su cintura, camisa de manga corta y una rebeca por encima de los hombros, también de color blanco. En la mano derecha una raqueta de tenis de madera. Su compañera es algo más joven que ella. También va vestida de blanco, imagino que debe de ser Isabel. Llevan las manos cogidas, y parecen felices. Me emociona ver esta imagen. El rostro de mi madre me devuelve recuerdos pasados, miradas, gestos… Los había olvidado. Alguna vez la vi jugar al tenis… Alguna vez fue feliz… Alguna vez yo también lo fui… Alguna vez estuvimos juntos. Aparece Lucía y se queda a mi lado.

—Tu madre era guapísima. Las dos…, ¿verdad?

—Sí, ya lo creo. Había olvidado que jugaba al tenis… El paso del tiempo lo borra todo.



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