El espejo en el espejo. Un laberinto by Michael Ende

El espejo en el espejo. Un laberinto by Michael Ende

autor:Michael Ende [Ende, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1982-12-31T16:00:00+00:00


A la salida de la oficina, el hombre de los ojos de pez subió al segundo vagón de la línea 6. El tranvía estaba lleno, como de costumbre a aquellas horas. Los viajeros, en su mayoría hombres, llevaban los cuellos de los abrigos subidos y los sombreros calados sobre la frente. Hacía mucho frío aquella tarde y el hombre observó con mirada redonda y vacía las nubecitas de vapor que se elevaban de muchas bocas.

Durante un rato tuvo que estar de pie, pero después de la quinta parada quedó libre un asiento delante de él y se sentó. Hasta la última parada quedaba mucho tiempo. Extrajo un periódico del bolsillo interior de su abrigo, lo alisó cuidadosamente y se enfrascó en su lectura. Por algún motivo no lograba, sin embargo, concentrarse en el texto. No comprendía el sentido de algunas frases, ni siquiera después de leerlas varias veces. Por fin observó en las páginas siguientes algunas erratas, al principio aisladas, pero luego cada vez más frecuentes. Evidentemente, algunas palabras o líneas, hasta párrafos enteros, habían sido impresos, por error o negligencia del tipógrafo, en un alfabeto desconocido, quizás griego o cirílico. En cualquier caso, decidió escribir esa misma tarde una carta de protesta a la dirección.

El viaje que tenía que hacer dos veces al día, de ida por la mañana y de vuelta por la tarde, solía durar tres cuartos de hora. Los días malos, con grandes atascos, podía durar mucho más. Sin embargo, tales demoras le resultaban más agradables que molestas. No le gustaba llegar a su piso. No se sentía allí en casa. En realidad nunca se había sentido en casa en ninguna parte. Cuando los colegas hablaban de ello en la oficina, escuchaba y trataba en vano de imaginárselo. Sin embargo, con el paso de los años se había acostumbrado a esa deficiencia como a un pequeño defecto físico al que uno termina por adaptarse. Como vivía solo, su día terminaba irremisiblemente en cuanto cerraba detrás de sí la puerta de su casa. En cambio, mientras iba en el tranvía le parecía tener abiertas toda clase de posibilidades. No pensaba en nada concreto, todas las tardes era la misma pequeña esperanza absurda y la misma pequeña desilusión apenas consciente.

Al cabo de un rato alzó la vista de su lectura. Le sorprendió que el coche se hubiese vaciado hoy casi por completo tan pronto. Sólo quedaban cuatro personas, o más bien cinco con él. Enfrente estaban sentadas dos mujeres mayores y gordas con enormes bolsas de la compra que no estaban al parecer dispuestas a soltar ni un solo instante, al tiempo que se escudriñaban mutuamente con desconfianza. Ambas mujeres estaban empaquetadas en una cantidad casi ridícula de bufandas, chaquetas de punto y pañuelos de lana, ambas llevaban guantes que dejaban libres las puntas de los dedos. En la medida en que se podían distinguir sus enrojecidos rostros entre los embozos, tenían un parecido sorprendente. Quizás eran hermanas.

Un poco más lejos estaba sentado un hombre pequeño, vestido miserablemente,



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