El diario de Eliseo by J. J. Benítez

El diario de Eliseo by J. J. Benítez

autor:J. J. Benítez [Benítez, J. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2019-10-07T16:00:00+00:00


Nadie es profeta en su tierra

Y amaneció el nefasto sábado, 5 de marzo (año 29). Lo hizo a las 6 horas, 0 minutos y 25 segundos (TU). El cielo se presentó azul e infinito. No así algunos corazones…

Entramos en la sinagoga a la hora quinta (once de la mañana). Yu, Kesil y yo nos acomodamos en la parte superior, en la llamada «galería de los gentiles». Estábamos solos. La sinagoga, en cambio, aparecía repleta: más de doscientas personas. Las evangelistas ocuparon sus sitios —de pie— tras la obligada reja que separaba a las mujeres de los hombres. No vi a María, la madre de Jesús, ni a nadie de su familia. Aquello no me gustó…

Al principio todo fue bien. El rabí subió a la tarima que ocupaba el centro de la sala. Lo acompañaba Ismael, el jefe y dueño de la sinagoga. Y yo diría que de medio pueblo (el maldito saduceo se dedicaba a la usura y con intereses que superaban el cuarenta por ciento). Era un tipo seboso, con un vientre acampanado y unas mamas enormes que oscilaban a cada respiración. El rostro aparecía marcado por decenas de capilares rojos que simulaban las patas de una araña. Vestía una túnica blanca, de lino, con una ancha faja y un gorro cónico y ridículo del mismo color. Según el mayor, era un cirrótico (enfermedad degenerativa que afecta especialmente al hígado, provocada normalmente por el exceso de alcohol). El saduceo entonó una oración: «Bendito sea el Señor, rey del mundo, creador de la luz y de las tinieblas, hacedor de la paz, creador de todo…». Después de una breve pausa, ambos rezaron al unísono: «Con gran amor, el Señor nuestro Dios nos ha amado y con piedad desbordante nos ha compadecido… Porque tú eres el Dios de la salvación, y nos elegiste entre todas las naciones y todas las lenguas… Bendito sea el Señor, que en amor eligió su pueblo de Israel». El silencio era total. Traté de localizar a los íntimos, pero no lo logré. Supuse que se habían quedado fuera. Aquello tampoco me gustó… La intuición tocó de nuevo en mi hombro: «¡Atención!».

Después se cantó el Schema. La asamblea levantó los brazos y algunos —los más ortodoxos y recalcitrantes— se cubrieron la cabeza con el taled, un chal azul y blanco. Y procedieron a amarrar los tefilín o filacterias en la frente y en la palma de la mano.

«Oye, Israel… —entonaron los doscientos—. Yavé nuestro Dios es el único Yavé… Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza… Y si vosotros obedecéis puntualmente los mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a Yavé vuestro Dios y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, yo daré a vuestro país la lluvia a su tiempo, lluvia de otoño y lluvia de primavera, y tú podrás cosechar tu trigo, tu mosto y tu aceite; yo daré hierba a tu campo para tu ganado, y comerás hasta hartarte. Cuidad



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