El desertor by Abdulrazak Gurnah

El desertor by Abdulrazak Gurnah

autor:Abdulrazak Gurnah
La lengua: spa
Format: mobi, epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-07-19T06:00:00+00:00


Cuanto más crecían los tres hermanos, más se reafirmaban sus padres en la opinión que tenían de cada uno de ellos. Amín y Rashid seguían encarnando en buena medida los roles descritos y se abrían camino en el mundo con las herramientas de que disponían. Farida, en cambio, era un verdadero quebradero de cabeza, sobre todo para su madre. Era fácil de contentar (perezosa) y siempre estaba sonriendo (tontaina). Parecía no tener más ambición que jugar con sus amigas o visitar a los vecinos de la vieja casa destartalada. Conseguir que se sentara a hacer los deberes era un calvario que su madre se imponía con resignación. A veces recurría a las amenazas y, si eso no surtía efecto, intentaba engatusarla con alguna recompensa, pero al final acababa sentándose a su lado y poco menos que haciendo los deberes por ella.

—Este mundo no trata bien a las mujeres que no saben cuidar de sí mismas —le decía a Farida, que la escuchaba cariacontecida porque sabía que eso era lo que se esperaba de ella cuando su madre la sermoneaba sobre lo mal que el mundo trataba a las mujeres.

En cuanto la dejaban salir de nuevo, era toda sonrisas y le faltaba tiempo para irse con los vecinos o sentarse a parlotear con cualquiera que estuviese dispuesto a escucharla. Hablaba por los codos y, si no tenía ningún interlocutor a mano, era muy capaz de ponerse a charlar con un cojín, un paraguas o una silla vacía. Se prestaba de buen grado a colaborar en las tareas domésticas, y a veces hasta conversaba con los objetos que limpiaba o lavaba. Sólo lo hacía cuando estaba a solas, o creía estarlo. Con el paso de los años, su madre se fue relajando. Había tenido que esforzarse mucho para llegar a ser maestra y no podía disimular su decepción por el escaso interés que demostraba Farida en su propia formación.

Hasta que un buen día acabó los estudios o, mejor dicho, los estudios acabaron con ella. Tenía trece años cuando suspendió el examen de acceso a la escuela secundaria femenina, la única pública de toda la ciudad, de toda la isla, de todo el país, que se componía de varias islas y tenía una población de medio millón de personas. Todos los años, infinidad de chicas se presentaban a ese examen y sólo treinta conseguían entrar. Para la mayoría, era su primer y último examen de acceso a una institución de enseñanza pública. Los nombres de las más afortunadas se difundían a través de la emisora de radio nacional para que la noticia llegara lo antes posible a los últimos confines del diminuto país, pero también para subrayar la magnitud de su hazaña. Las familias se apostaban alrededor del aparato de radio y se mascaba un tenso silencio mientras el locutor leía los nombres con la misma voz solemne que empleaba para anunciar la muerte de algún personaje importante. Farida fue una de las miles de jóvenes cuyo nombre no leyó el locutor.

Aunque nunca



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