El caballero de la carreta by Chrétien de Troyes

El caballero de la carreta by Chrétien de Troyes

autor:Chrétien de Troyes [Chrétien de Troyes]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1176-12-31T16:00:00+00:00


* * *

A la entrada del puente, que bien terrible era, han desmontado de sus caballos. Ante sí ven el agua asesina, negra y rugiente, densa y espesa, tan terrorífica y espantosa como si fuese la del río del demonio, y tan peligrosa y profunda que no hay cosa en el mundo que, sí allí cayera, no desapareciera como en alta mar. Y el puente que estaba tendido a través era diferente de cualquier otro; que jamás hubo otro semejante ni lo habrá. Jamás hubo, que bien refiero la verdad, tan maligno puente ni tan pérfida pasarela: Consistía el puente en una espada afilada y luciente recubierta por el agua fría; pero la espada era fuerte y tensa y tenía dos lanzas de largo. A cada lado había un gran tronco al que estaba incrustada la espada. ¡Qué nadie tema caer de ella porque se quiebre o flexione; a pesar de que no parece, a quien la contempla, que pueda soportar un gran peso!

Pero lo que infundía mayor desánimo a los dos caballeros que acompañaban al de la carreta, era que creían ver dos leones o dos leopardos al otro extremo del puente, encadenados a un bloque de piedra. El agua, el puente y los leones les causaban un espanto tal que se estremecían por completo, con terror, y decían:

«Señor, aceptad ahora el consejo que os procura la vista, que bien lo necesitáis en el apuro. De manera perversa está construido y ensamblado este puente, y muy malos son sus ajustes. Si no os tornáis ahora, llegaréis tarde a arrepentiros. Conviene que calculéis los muchos riesgos. Supongamos[3050] que lo pasarais hasta el otro lado… Lo que no puede suceder en ningún caso, como no podéis detener los vientos ni prohibirlos soplar, ni a los pájaros impedir cantar; ni puede el hombre entrar en el vientre de su madre y renacer de nuevo, eso es tan imposible como vaciar el mar. ¿Podéis saber o pensar que esos dos leones furiosos, que allá están encadenados, no os van a matar y sorber la sangre de las venas, y devorar la carne y roer luego los huesos? Muy valiente soy con osar mirarlos y resistir tal espectáculo. Si no os dais por avisado, os matarán, sabedlo bien. Muy pronto os habrán despedazado y descuartizarán los miembros de vuestro cuerpo; que no sabrán tener piedad de vos. Así que apiadaos de vos mismo, y quedaos con nosotros. Con vuestra persona seréis injusto si a un seguro peligro de muerte os lanzáis con plena conciencia».

Y él les responde, riendo:

«Señores, muchas gracias os doy por asustaros tanto de mí. Lo motiva vuestra amistad y franqueza. Bien sé que de ningún modo desearíais mi desdicha. Pero yo tengo gran fe y confianza en Dios, que me protegerá de todo. Este puente y este agua no me amedrentan más que esta tierra firme. Así que quiero arriesgarme a la aventura de cruzar al otro lado y avanzar. ¡Mejor quiero morir que retroceder!».

Los otros no saben qué más decirle, sino que de compasión lloran y suspiran el uno y el otro sonoramente.



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