El bote de espinas by Carolina Pañeda

El bote de espinas by Carolina Pañeda

autor:Carolina Pañeda
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Realista, Novela
publicado: 2017-01-17T23:00:00+00:00


Tercera parte

Capítulo 21

Mi transición de bibliotecaria a profesora fue paulatina y casi accidental. Comenzó con un impulso que tuve a los dos años de estar trabajando allí.

A veces, los profesores faltaban, y si el motivo era repentino y no habían podido avisar a sus estudiantes con la debida antelación, estos se presentaban en el centro. Por aquella época, todavía no existían todos los servicios de mensajería instantánea que existen ahora, de modo que los alumnos se enteraban de que no tenían clase cuando llegaban al centro. Era educación de adultos, no había guardias ni vigilancias, si un profesor faltaba, los alumnos o bien se quedaban estudiando en la biblioteca, o con la misma se iban. La mayoría se marchaba, con la irritación que eso conllevaba.

La idea se me ocurrió después de estar escuchando las quejas de un alumno que había acudido en balde mientras se me formaba una cola de usuarios de la biblioteca que querían registrar un préstamo.

Me planté delante de la jefa de estudios, una catalana muy pija y bastante estirada que estaba en disputa constante con el director, fui sin darle muchas vueltas porque, de haberlo reflexionado, no habría encontrado el coraje suficiente para ofrecerme a dar las clases del profesor cuya baja ya se alargaba demasiado y para quien no acababan de enviar sustituto.

Me puso mala cara, y yo me precipité a enumerarle las ventajas del arreglo y a recordarle que tenía la formación adecuada. Dijo que sería algo «totalmente irregular». Yo empezaba a vislumbrar como en sus labios se formaba la negativa, pero creo que le di tanta pena que lo dejó todo en un «lo consideraré».

Dos semanas después, estaba enseñando la diferencia entre ser y estar a un grupo de veinte turcos de edades comprendidas entre los dieciocho y los sesenta años.

La muy orgullosa no soltó prenda, pero no me hizo falta oírlo de su boca para saber que la labia de Macarena estaba detrás de ese pequeño milagro.

Mi contrato y mi nómina siguieron siendo las de una auxiliar de biblioteca, y una de las sesiones semanales con ese grupo ni siquiera entraba dentro de mi horario laboral, pero no me importaba. Estaba en mi salsa.

Acabé ese curso llevando a ese grupo; por supuesto, a mí no me estaba permitido examinarlos porque mi labor docente no quedaba reflejada en ningún documento oficial ni era remunerada, era técnicamente voluntariado.

Mi clase terminó con un seis por ciento más de aprobados que los grupos del mismo nivel de otros profesores, y eso no le pasó desapercibido a nadie y tuve mi recompensa. La vuelta al cole del siguiente curso fue la mejor de mi vida. Me asignaron dos grupos de dos niveles diferentes y ya era oficialmente profesora. No cabía en mí. El resto de horas seguía trabajando en la biblioteca, aunque siempre que tenía un rato libre lo dedicaba a formarme para conseguir llegar a ser la dueña de mi puesto de trabajo. El director me lo advirtió: «cualquier año de estos habrá convocatoria de plazas y te queremos aquí, así que empieza a estudiar».



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