El beso de la muerte by Josh Reynolds

El beso de la muerte by Josh Reynolds

autor:Josh Reynolds [Reynolds, Josh]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


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La noche era fresca. Una suave brisa soplaba por el balcón. Shin y Batu se encontraban allí, observando las laderas de más abajo. A aquella hora de la noche, a Shin le recordaba a un enjambre de luciérnagas que se alzaba desde la oscuridad.

Batu había conseguido una jarra de sake de algún lugar y también dos tazas de arcilla. Las tazas eran burdas, fabricadas por unas manos poco habilidosas que resultaron ser las del propio Batu.

—Necesitaba un pasatiempo —dijo él, a la defensiva.

—No lo juzgo —le aseguró Shin—. Yo mismo he dado mis pinitos en el arte en alguna ocasión. —Examinó una taza más de cerca—. Aunque su técnica necesita más práctica.

—Algunos de nosotros tenemos que trabajar para ganarnos la vida. No todos disponemos del tiempo libre necesario para refinar nuestras habilidades con la cerámica.

—No era una crítica, tan solo una observación. —Shin se apoyó sobre la barandilla y miró hacia abajo—. Ya entiendo por qué escogió este lugar. Las vistas son magníficas; si hubiera estado más arriba, se las perdería.

—Así es. —Batu cogió la taza de Shin y la llenó—. Me he colocado en el punto central de la ciudad. Equidistante entre lo alto y lo bajo.

—Quiere decir que es fácil de encontrar.

—Esa era mi intención.

Shin examinó a su anfitrión por encima del borde de la taza.

—Por tu tono, supongo que fue en vano.

Batu bebió un largo trago de sake antes de responder.

—Los heimin de aquí tenían su propio modo de resolver las disputas antes de que el clan mostrara interés y se han aferrado a ello a lo largo de los años, a pesar de mis esfuerzos y de los de mis predecesores.

—Owari del norte —dijo Shin.

Batu asintió.

—Ha sido una ampolla supurante en mis cuartos traseros durante todo el tiempo que he pasado aquí, pero no hay mucho que pueda hacer. No cuento con suficientes soldados como para establecer unas patrullas efectivas, y a las familias no les interesa ayudar, pues disfrutan de sus vicios casi tanto como los plebeyos.

—Estoy seguro de que los Iuchi le mandarían refuerzos si lo pidiera.

Batu se encogió de hombros.

—En teoría. Solo que no me apetece comprobarla.

Shin bebió un sorbo de su sake.

—No, ya imagino por qué no querría averiguar la respuesta a esa pregunta en concreto. Aun así, me parece un poco corto de miras.

—Somos un clan pragmático. ¿Por qué dejar de lado algo útil solo porque está mal visto? —Batu volvió a llenar su taza—. Sea como sea, por el momento no tengo más autoridad que la que me otorga el clan. Y la poca que me han concedido está enfocada en mantener Hisatu-Kesu a flote, y eso incluye las partes que no son precisamente de mi agrado.

—En la Ciudad de la Rana Rica sucede lo mismo —dijo Shin—. Las ruedas del progreso aplastan a los justos y a los injustos por igual. Hablando de eso, ¿ha tomado una decisión ya?

Batu lo miró atentamente.

—¿Ha descubierto algo nuevo?

—No del todo, no.

—En ese caso, no. Pero tendré que hacerlo tarde o temprano.



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