El «robot» Espartaco by Sylvester Strange

El «robot» Espartaco by Sylvester Strange

autor:Sylvester Strange
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 2018-10-27T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

EL PARLAMENTARIO

o había mucho que discutir. Una mirada alrededor, en la penumbra de la saleta, convenció a Walter de que la opinión era unánime.

Dean se levantó, de su puesto, dejando la metralleta.

Al menos, entretengan todo lo que puedan a ese monstruo. Mientras tanto, yo iré a tratar de componer el transmisor de radio. Si consigo hablar a tiempo con Atlanta, todo será fácil.

Salió. Walter miró a los que quedaban. Todos estaban serios.

—¿Alguno de ustedes sabe dónde encontrar una linterna? —requirió.

—Sí —el que habló fue el jefe de compras, un hombre de estatura menos que mediana, muy delgado que se llamaba Jacobs—. En mi sección hay una muy poderosa. Y los guardias nocturnos también tienen.

—Traiga una entonces, Jacobs, por favor. La más potente.

Jacobs tardó pocos minutos en regresar con la linterna eléctrica. Walter la tomó y se aproximó a la ventana.

Agachado tras la mampostería, para evitar ser víctima de un posible ataque por sorpresa, Walter maniobró, con la linterna y un pañuelo blanco.

La bandera que ondeaba al otro lado del campo de aterrizaje se agitó más ampliamente. El reflector cambió de posición, enfocando ahora al edificio.

Y la luz se apagó y volvió a encenderse, una y otra vez, intermitente.

—Es un mensaje —exclamó Walter—. ¡La llamada de atención del Morse!

Telegrafió, con ayuda de la linterna:

—Estoy listo. Hable.

El mensaje llegó, lento, fastidioso, pero no más de lo que resulta invariablemente en ese tipo de comunicaciones.

—Queremos… hablar… con ustedes.

Walter tradujo en voz alta, para que comprendieran los que no conocían el sistema Morse. Y contestó:

—De acuerdo.

—Venga uno de ustedes —tartamudeó el reflector.

—No —repuso Walter.

En verdad, la idea de confiar en el honor de unos monigotes de hierro era grotesca.

—Irá entonces uno de nosotros. Si se promete respetarlo como a parlamentario.

Walter contestó, sin previa consulta a sus compañeros:

—Prometido.

Había concluido de transmitir la palabra cuando se le ocurrió otra idea.

—Espartaco —transmitió—. Que venga Espartaco.

Sonrió interiormente. Ni siquiera sabía si estaba o no entre el actual enemigo el muñeco llamado Espartaco.

Del otro lado se comenzó a transmitir la señal negativa del Morse, pero Walter no esperó a que ésta concluyera.

—No hablaremos sino, con Espartaco —transmitió.

La bandera blanca desapareció, pero, el reflector repuso:

—Conformes.

* * *

Lo primero que miró Walter fueron los ojos de Meg Harker, dilatados, mientras el muñeco de acero atravesaba el vasto portón de la fábrica. No necesitó observarla mucho para comprender que ella había reconocido al robot; que sí, que aquél era el monstruo que había encabezado la sublevación de la granja, y al cual la muchacha identificaba como Espartaco.

Se preguntó en qué se fundaría ella para reconocerlo. Lo que Walter tenía delante, encañonado por su propia metralleta y por todas las armas de que disponían los sitiados, era un robot de los del tipo 18, nuevo y reluciente. Su medida sobrepasaba en un pie la de Walter, que era el más alto de los presentes. Venía con las manos en alto, como un prisionero.

Pero Meg Harker estaba, segura, sólo al mirar un costado de la cabeza del monstruo, el derecho: el aparato que



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