El alfabeto alado by Mario Satz

El alfabeto alado by Mario Satz

autor:Mario Satz [Mario Satz]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788417346928
editor: Acantilado
publicado: 2019-09-07T05:00:00+00:00


EL ESPEJO DE PITÁGORAS

Pitágoras tuvo un espejo. Egipcio. De bronce. En ese espejo leía el pasado y el futuro, que siempre era más cruel que el presente. Se lo había regalado un sacerdote de Isis a orillas del Nilo, tras decirle, pasando un lino húmedo sobre la superficie reflectante:

—El espejo es el reposo de la luz, la luz un fluido espejo que viaja en pos de identidades.

El joven filósofo de Samos no olvidaría nunca aquella enigmática frase porque la víspera se produjo la invasión de Cambises y él sería llevado, con otros cautivos, a Babilonia, en donde pasaría doce años. Toda la belleza que Pitágoras había conocido en las dos décadas que vivió en el país del loto y de la abeja se hizo trizas en cuestión de horas, las momias se cortaron en dos para extraerles escarabajos de oro; las barcas solares fueron hundidas o incendiadas; las doncellas violadas y los ancianos escarnecidos. Los papiros desgarrados, y los pebeteros de alabastro quebrados por la codicia. A partir de ese momento, el filósofo aprendió para siempre que la guerra es un desastre recurrente en medio del cual la ignorancia obnubila el saber y el dolor supera al placer en modo, duración y aspecto. Ningún número cierra entonces una herida, ninguna caricia detiene una espada. Ninguna idea es más audible que un grito.

Cuando regresó a Samos, Pitágoras tenía cincuenta y seis años, una red de finas arrugas en torno a los ojos y el convencimiento de que la armonía es cosa de pocos para alegría de muchos, a condición de que esos pocos estén dispuestos a soportar el ruido, el crimen, la envidia y la maledicencia, y sepan que la herencia del sabio es escueta y límpida como una fórmula. Cifras y verbos para consolar penas y declives.

Solía refugiarse del calor en un bosquecillo de retorcidos algarrobos y contemplar la danza de las horas sobre su espejo egipcio. Una mañana de fines de mayo, una mariposa de las que llaman Niña Celeste vino a posarse en su espejo creyendo, tal vez, que ese brillo quieto era agua detenida. Aquel pequeño ser parpadeaba, vibraba, temblaba de excitación primaveral. De un azul pálido pero vivo, la cara superior del insecto fue para Pitágoras un relámpago del cielo, un resplandor de mediodías pulidos por el viento, mientras que la inferior, con sus muescas y sus puntos, de un color pardo y gris, le pareció la tierra misma, plural, múltiple, opaca y vasta. El filósofo se acercó al espejo para verla mejor, y en un abrir y cerrar de alas de la mariposa aceptó que así vive el ser humano, con frecuencia ignorante de que su parte superior mira la profundidad de su origen y la inferior la superficie de su fin.

Aún se demoraría unos minutos más en el espejo de Pitágoras la Niña Celeste, percibiendo el anticipo de un calor que el mes todavía ocultaba bajo sus piedras y raíces. El filósofo se puso en pie y evocó las palabras del egipcio que le



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