El absoluto by Daniel Guebel

El absoluto by Daniel Guebel

autor:Daniel Guebel
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789873987342
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2016-07-04T00:00:00+00:00


3

Tras la partida del director del establecimiento carcelario, Esaú reflexionó acerca de los motivos de la visita. A su criterio, el director se había hecho presente para cumplir un movimiento ritual, aquel en que la autoridad aparece ante el detenido para que éste produzca su acto de contrición. Como en su caso él no había dado muestras de aceptar las reglas de ese juego, era de esperarse que a consecuencia lo sometieran a represalias. Esaú se preparó para la sesión de torturas haciendo un recuento exhaustivo de los métodos para producir daño. Cada tormento en particular era un capítulo aparte: en nada se parecían entre sí el potro, la extracción de uñas, el empalamiento, la abrasión de órganos internos… había que numerar cada sector del cuerpo y dividirlo en subsecciones, contabilizar grados de padecimiento, distinguir instrumentos que se empleaban de acuerdo a propósitos específicos (sangrado, desgarrado, cauterizado, prensado, exfoliado, etcétera). Obviamente, esa anticipación no le serviría para atenuar el dolor, pero sí para consolarse con la idea de que en todo ello no había nada nuevo.

Sin embargo, en lo inmediato, nada ocurrió. Los días empezaron a transcurrir en un morboso agotamiento de las expectativas de lo no realizado. ¿Era un perfeccionamiento del martirio, ese golpe suspendido en el aire? Al cabo de un tiempo, Esaú se hartó. De alguna manera se había vuelto indiferente al futuro; estar preso era como estar a la intemperie, salvo por la sustracción física al detalle climático. Años antes, su padre, Andrei, le había hablado acerca de la impresión de extrema soledad e independencia que producían algunos beduinos, abismados en la contemplación de las fogatas encendidas en la noche del desierto. “Quizá”, le había dicho, “ellos no necesitan hablar porque dialogan sin pausa con los demonios”. Algo parecido le ocurría a él, que ahora repasaba incesantemente el único acontecimiento producido desde su ingreso a la cárcel: la visita del director del establecimiento. Tal vez —se decía— aquella habría sido la oportunidad de poner en marcha su plan de rebelión. Porque el director había hablado sin pausa, impidiendo que él le contestara. ¿Y por qué habría actuado así, de no ser por la certeza de saberse derrotado de antemano? El triunfo, por el contrario, no necesita de ninguna afirmación verbal: es un hecho que se constata a sí mismo.

Esaú entendió que el director del establecimiento no repetiría su visita.

Un día, mientras dejaba el cuenco con su comida, el guardia dejó caer un látigo en el piso de la celda. Era evidente que no se trataba de una distracción: lo invitaban a que empleara el instrumento contra el propio guardia, vuelto prenda de sacrificio. Decidido a no obedecer, Esaú empezó a azotarse a sí mismo.

Apenas brotaron las primeras gotas de sangre, entró el director del establecimiento carcelario y le arrancó el látigo de las manos.

—¿Qué está haciendo? ¿A esto llama conducta? —le dijo—. ¿Cree que poniéndose en mi lugar me vuelve superfluo? ¿Intenta quizá darme una lección? Si era ese su propósito, permítame que le diga que aún no ha entendido nada.



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