El abanico de Lady Windermere by Oscar Wilde

El abanico de Lady Windermere by Oscar Wilde

autor:Oscar Wilde
La lengua: spa
Format: azw3, epub
Tags: Sátira, Teatro
editor: ePubLibre
publicado: 1892-12-31T23:00:00+00:00


TERCER ACTO

Decoración: Las habitaciones de lord Darlington. Un ancho sofá frente a la chimenea, a la derecha. Al fondo, una cortina corrida sobre el balcón. Puertas a izquierda y derecha. Mesa a la derecha con utensilios de escritorio. Mesa en el centro con sifones, vasos y botellas. Otra mesa a la izquierda con cajas de tabacos. Encendidas las lámparas.

LADY WINDERMERE.— (En pie, junto a la chimenea.) ¿Por qué no vendrá? Esta espera es horrible. Debería estar aquí. ¿Por qué no está aquí para reanimarme con sus palabras apasionadas, que siento como un fuego en mi interior? Estoy helada… helada como un ser sin amor. Arturo debe de haber leído ya mi carta en este momento. Si realmente le importase, habría venido en mi busca, me hubiera llevado a la fuerza. Pero no le importo. Está encadenado por esa mujer…, fascinado por ella…, dominado por ella. Si una mujer quiere dominar a un hombre, no tiene más que apelar simplemente a lo que haya de peor en él. Nosotras hacemos dioses de los hombres y ellos nos abandonan. Otras los embrutecen, y ellos las acarician y les guardan fidelidad. ¡Qué horrenda es la vida!… ¡Oh! Fue una locura venir aquí, una horrible locura. Y, sin embargo, ¿qué es peor, me pregunto: estar a merced de un hombre que me ama, o ser la esposa de un hombre que en mi propia casa me deshonra? ¿Qué mujer lo sabría, qué mujer en el mundo entero? Pero ¿me amará siempre este hombre a quien voy a entregar mi vida? ¿Qué le doy a él? Unos labios que han perdido el acento de la alegría, unos ojos cegados por las lágrimas, unas manos frías y un corazón de hielo. No le doy nada. Debo irme. No; no puedo irme; mi carta me deja en su poder… ¡Arturo no me volvería a admitir! ¡Carta fatal! ¡No! Lord Darlington sale de Inglaterra mañana. Me iré con él… No me queda elección. (Se sienta durante unos instantes. Luego se estremece y, levantándose, se envuelve en su capa.) ¡No, no! Me vuelvo a casa, dejaré que Arturo haga conmigo lo que quiera. No puedo esperar aquí. Ha sido una locura venir. Debo irme inmediatamente. En cuanto a lord Darlington… ¡Oh, aquí está! ¿Qué haré? ¿Qué puedo decirle? ¿Querrá retenerme? He oído decir que los hombres son brutales, horribles… ¡Oh!

(Esconde el rostro en sus manos. Entra mistress ERLYNNE por la izquierda.)

MISTRESS ERLYNNE.— ¡Lady Windermere! (LADY WINDERMERE se estremece y levanta los ojos. Luego retrocede despreciativa.) Gracias a Dios que llego a tiempo. Debe usted volver inmediatamente a casa de su marido.

LADY WINDERMERE.— ¿Que debo…?

MISTRESS ERLYNNE.— (Autoritariamente.) ¡Sí; debe usted volver! No hay un segundo que perder. Lord Darlington puede aparecer en cualquier momento.

LADY WINDERMERE.— ¡No se acerque usted a mí!

MISTRESS ERLYNNE.— ¡Oh! Está usted al borde de la ruina, al borde de un precipicio espantoso. Debe usted salir de aquí inmediatamente. Mi coche está esperando en la esquina. Debe usted venir conmigo y volver directamente a su casa. (LADY WINDERMERE se quita su capa y la tira sobre el sofá.



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