Dolmen by Manuel Pimentel

Dolmen by Manuel Pimentel

autor:Manuel Pimentel [Pimentel, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2017-10-31T16:00:00+00:00


XX

* * *

Desperté sobresaltada de un sueño profundo y prolongado. Una luz intensa se filtraba matizada por las hendiduras de la persiana. Miré la hora en el teléfono. ¡Las nueve y media! Me incorporé de un salto, no podía creer que hubiera dormido tantas horas del tirón. Me duché con agua fría, para despabilarme y comenzar el día con energía. Enfundada en mi bata de baño, me dispuse a desayunar con tranquilidad y parsimonia, un deleite para mí. Puse la cafetera, encendí la tostadora de pan y conecté mi móvil para leer las noticias. Tenía varios mensajes, cosa extraña a esas horas de la mañana. Los abrí y no pude creerme lo que veía. Tenían siete mensajes de Maqueda. Desde las nueve de la mañana me urgía a que lo llamara con urgencia. Sin leer siquiera el resto de los mensajes, lo llamé de inmediato. La secuencia se repetía. Llamada de Maqueda por la mañana, aquelarre consumado, otra muerte sobre mis espaldas. Deseé con todas mis fuerzas que el horror de un nuevo asesinato no me sobresaltara en esa ocasión.

—Maqueda, soy yo, ¿qué ocurre?

—¿No has leído mis mensajes?

—No, solo he visto el primero, me levanté tarde y…

—Creemos que esta noche han intentado asesinar a Joao Soares.

—¿Joao Soares? ¿El arqueólogo jefe de los proyectos de Évora?

—Sí. Se ha salvado por los pelos.

—Cuéntame…

—Ha sido en la necrópolis megalítica de Alcalar, cerca de Portimao, en el Algarve. Lograron atraerlo con un engaño por la noche. Allí le esperaba una emboscada. Pudo reaccionar a tiempo y logró huir. Por vez primera, los asesinos de los dólmenes han cometido un fallo.

No pude responder. Absorta escuché el siseo alterado del café al hervir y aspiré el olor acre de las tostadas al quemarse.

—Artafi, ¿estás ahí?

—Sí, sí, aquí sigo…

—Siento tener que decírtelo. Mientras ayer perdíamos el tiempo jugando al gato y al ratón en El Gandul, alguien arrastraba a Joao Soares hasta Alcalar para tratar de matarlo.

—No, no…

—Sí, Artafi, sí. Utilizaron tu treta para despistarnos y dar un nuevo golpe en el lugar más inesperado. Aprovecharon tu jueguecito. Son mucho más listos de lo que nunca pudimos imaginarnos… y nosotros más torpes de lo que a mí, al menos, me gustaría reconocer.

—Lo siento, yo…

—No vuelvas a jugar con nosotros. Las consecuencias han podido resultar mortales.

Durante una hora permanecí sentada en el sofá, paralizada por una angustiosa sensación de ridículo irresponsable. Pensé que mi truco al forzar la situación en el Gandul provocaría el que alguien pusiera de una vez por todas sus cartas sobre la mesa. Pero ese alguien mostraba una inteligencia muy superior a la mía. Descubrió mi farol y jugó a la contra. El pobre Joao estuvo a punto de morir por mi estupidez. ¿Qué habría ocurrido? Aún tenía su número móvil. La policía nunca me contaría lo sucedido y yo debía averiguarlo. Llamé a Joao. Apagado o fuera de cobertura. Recogí el estropicio de la cocina; no desayunaría esa mañana. Quince minutos después, Joao me devolvía la llamada.

—Joao —entré en materia tras los saludos y la puesta en lugar—.



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