Detestable Error by Ana Coello

Detestable Error by Ana Coello

autor:Ana Coello [Coello, Ana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: romántica
publicado: 2019-10-24T16:00:00+00:00


—14—

Cuando estuvieron uno frente al otro ella apretó los puños y lo encaró nuevamente, decidida

—Antonio, ya lo pensé y… no tengo muchas opciones. Acepto lo que me propusiste por la tarde —anunció con la barbilla en alto. El hombre deseó que la tierra se abriera bajo sus pies en ese mismo instante. Sintió náuseas, asco de sí mismo. Glía fue contundente, pero después de ver a Camelia mal era evidente que decidió rebajarse y hacer lo que debía para poder permanecer a lado de su hija. Admiró su coraje, sus agallas y se repudió.

La pelirroja fue presa del miedo al notar su mutismo, quizá se había arrepentido, lo había reconsiderado y la prefiriera lejos. Los labios le temblaron, mientras él la estudiaba de esa forma tan extraña, era como si le hubiese dicho la peor de las barbaries.

—Antonio, no has cambiado de opinión, ¿verdad? Te juro que no seré un problema, que haré lo que quieras, pero por favor no me separes de ella —rogó. Él dio un paso atrás, negando, comprendiendo que la había perdido definitivamente. La joven lo malinterpretó, llorosa y con mirada firme, se comenzó a desabrochar la bata.

—¿Q-qué haces? Glía, por favor, olvida lo que te dije —suplicó congelado. En respuesta ella lo miró horrorizada. Avanzó hasta él tragándose la poca dignidad que le quedaba y dejó caer la bata. Antonio la observó extasiado, asustado, pero sin que pudiera verlo venir ella bajó ambos tirantes y la prenda cayó a sus pies dejando un charco de tela a su alrededor. Sus mejillas, aún con la poca luz, se vislumbraban estaban teñidas de rojo y taladraba al piso como si quisiera fulminarlo.

Antonio contempló ese cuerpo perfecto cubierto solo por una pequeña braga blanca, su cadera, sus piernas, sus senos. La ira y el dolor lo sometieron así que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, se agachó y volvió a colocar el camisón intentando no tocarla, ella temblaba. Se maldijo una y mil veces, no podía creer hasta dónde la orilló. Glía era capaz de todo por Camelia, él mismo lo era, pero nunca pensó que ese día, en ese momento, recurriera a eso al pensar que se arrepentía.

—Ya no deseas el trato… —murmuró derrotada y con lágrimas surcando por sus mejillas. La poca dignidad que le quedaba la abandonó, se sentía sucia y muerta de miedo. Él quería golpear algo, matar a alguien. Tomó la bata y se la puso con sumo cuidado, se la ató, tomó sus pequeñas manos, se sentó en la orilla de la cama logrando así que hiciera lo mismo. Con las náuseas atascadas en medio de la garganta, acunó su barbilla intentando buscar las palabras adecuadas. Cerró los ojos con fuerza y aspiró profundo, no podía errar, ya no.

—Glía, no tienes idea de lo que tú despiertas en mí, pero olvida lo que dije hace unas horas, jamás, nunca te quitaré a Camelia, ni nadie mientras yo viva, y para conservarla no necesitas hacer nada, es tuya, siempre lo será y tu lugar está a su lado —aseguró con ese nudo en el pecho que crecía y crecía.



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