Despertó en un lugar extraño by Eric Arvin

Despertó en un lugar extraño by Eric Arvin

autor:Eric Arvin [Arvin, Eric]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Dreamspinner Press
publicado: 2015-05-21T00:00:00+00:00


«LO QUE OSCURECERÁ EL CIELO»

NAVEGARON SOBRE las nubes de forma suave y segura. La ciclista propulsaba el globo encorvada y con gran convicción. No parecía que se hubiera dado cuenta de la presencia de los nuevos pasajeros en la barquilla. El aire estaba bendecido con el mismo olor agradable y puro con el que Joe y Baker habían despertado cada mañana desde su llegada a las nubes. Una brisa refrescante acariciaba sus rostros. Excepto el encendido del quemador que realizaba la piloto, no se oía nada mientras avanzaban proyectando una sombra oblonga en las sonrojadas masas nebulosas sobre las que pasaban.

Joe se apoyó en el borde de la barquilla, meditando sobre el «último» adiós. Había creído que estar allí era el fin de las despedidas. Pensaba que despertarse en el cielo (porque estaba convencido de que aquello lo era, por mucho que Baker le contradijera) debería ser un jubiloso desfile de eufóricos encuentros. Había creído que los adioses eran algo terrenal. Pero allí también existían. Al parecer, tristes despedidas y corazones rotos estaban esperando en las sombras en cada reencarnación.

Flotaron lejos de la montaña y de la villa en las nubes. Pronto las perdieron de vista, veladas por la atmósfera misma. El viaje en globo transcurría tranquilo, no era perturbado por nada. La piloto de la nave no era habladora. Tenía un rostro severo y serio, y una mirada absorta en su trabajo, lo cual no le molestaba. No estaba de humor para entablar amistad con nadie ni que otros se autoproclamaran amigos suyos. De momento, estaba satisfecho con ser asocial y dejar que sus ojos se fijaran en las formas de las nubes.

No sucedían muchas cosas. Una bandada de gansos voló junto al globo durante un rato, entrando y saliendo de las nubes. Le saludaron con sus graznidos, pero Joe no contestó y los ánsares se alejaron hacia otro pedazo de cielo.

Baker se recostó en el fondo de la barquilla, observando a la estoica piloto con cierto interés. Ella y su compañera ciclista parecían tener una manera de comunicarse sin palabras. O eso, o quizás habían seguido aquella misma ruta tantas veces que no necesitaban hablar para transmitir las indicaciones. ¿Eran las nubes formaciones estáticas? ¿Era siempre un «gira a la derecha al llegar a la nube con forma de tortuga»? ¿O un «desciende tres metros al llegar a la nube con forma de Indiana»?

Cuando, en una ocasión, la aeronauta volvió la mirada hacia sus pasajeros, Baker se aseguró de guiñarle un ojo de forma insinuante. Ella apartó la mirada sin una palabra. No parecía avergonzada ni escandalizada, pero fue como si tirara aquel gesto por la borda. Baker sonrió a pesar de su reacción.

—Así son las cosas, ¿eh? —comentó Joe con un resoplido de desanimo, al fin rompiendo el silencio. El viento silbaba en sus oídos.

—¿A qué te refieres, chico? —dijo Baker, acercándose con cierto desasosiego al lado donde estaba Joe.

—También vamos a la deriva por el cielo ¿verdad? Sin rumbo y sin propósito, como cuando vivíamos en la Tierra.



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