Desaparecidos by Tim Gautreaux

Desaparecidos by Tim Gautreaux

autor:Tim Gautreaux [Gautreaux, Tim]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VEINTITRÉS

La mañana del día de Navidad, Acy y Willa —él en batín de brocado y ella en bata con bordes de marabú— abrieron la puerta del dormitorio de la niña y observaron cómo dormía. La escena parecía una de esas ilustraciones sentimentales que podían encontrarse en las revistas que leía Willa. Acy se acercó a la cama y levantó a la niña y la sacó de debajo del cobertor, pero ella estiró las piernas contra él y él dejó que se bajara sola de la cama.

—Tengo que ir a hacer pipí —dijo ella.

Willa la cogió por el brazo y le dio un suave meneo.

—No digas eso. Suena feo. Te he dicho que debes pedir ir al baño.

—Pero es que tengo que hacer pipí —dijo la niña, frotándose el brazo.

Cuando bajaron al salón, la niña se plantó delante del árbol, un abeto grande y aromático cargado de bolas de vidrio de colores que habían encargado a Chicago y cables repletos de parpadeantes luces eléctricas.

—Vamos, Madeline —animó Willa a la niña—, abre tus regalos. —Le señaló una caja envuelta en un brillante papel rojo con campanas plateadas estampadas en relieve. La niña permaneció inmóvil, levantó la vista hacia los dos adultos y después miró detrás de ellos, como si estuviera buscando algo en la estancia—. Vamos, cariño. ¿No tienes curiosidad?

La niña rompió el papel despacio y abrió la caja, que contenía una muñeca de pelo rubio y ojos azules, con unos pantalones tiroleses de color verde y ribeteado rojo y un sombrero de fieltro con una pluma blanca.

—¡Eh!, —exclamó sonriendo y sentándose en la alfombra. Sacó la muñeca de la caja, palpó sus extremidades y su ropa, la puso en posición de sentada y le abrió y cerró los párpados con el dedo.

—¿Te gusta?, —preguntó Acy—. Es la más cara que había.

—Me gusta —dijo la niña.

Willa se inclinó sobre ella y la niña hizo un gesto de contrariedad al verse cubierta por su sombra.

—¿Qué se dice?

—¿Qué? —La niña levantó la vista hacia la voluminosa cabellera de Willa.

—¿Gracias?

—Gracias, Santa Claus —dijo la niña entre dientes, presionando suavemente los ojos de la muñeca con los pulgares.

Acy encendió un cigarrillo.

—¿No crees que tu muñeca se merece un nombre?

—¿Como cuál?

—El que tú quieras. Es tuya.

—La voy a llamar Lily.

Willa volvió la vista hacia su marido como un resorte.

—¿Y por qué no Mary? ¿No te parece bonito Mary?

—O Sue. ¿Qué te parece Sue?

—Se llama Lily —repitió la niña, abrazando la muñeca como si la hubiera reconocido de repente—. Ein alter Freund.

—Mira los demás regalos —dijo Acy inmediatamente, interponiendo una brillante caja entre la niña y la muñeca.

Ella desenvolvió un kit de pintura, un perro saltarín de cuerda, un pequeño juego de té de Limoges, un vestido nuevo, un pequeño paraguas amarillo limón y un juguete musical. La niña contempló con calma cada uno de los regalos y sonrió con el perro saltarín, aunque no tenía suficiente fuerza para darle cuerda. El último de los regalos era un piano de hojalata con dos muñecos de músicos blancos con la cara pintada de negro, que representaban el típico espectáculo minstrel.



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