De Oñate a La Granja by Benito Pérez Galdós

De Oñate a La Granja by Benito Pérez Galdós

autor:Benito Pérez Galdós [Pérez Galdós, Benito]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1898-01-01T00:00:00+00:00


- XVIII -

—Eso fue lo convenido y lo cumplo lealmente —prosiguió el siciliano—. ¡Que si te ayudo! ¿Y si yo te dijera que ya no estoy tan ignorante como tú de la presa que perseguimos?

—¿Sabe usted algo? Por Dios, dígamelo, dígamelo pronto.

—Calma, que estas cosas son delicadas… Déjalo, déjalo de mi cuenta… ¿Pero tú sabes con quién hablas? ¿Te has enterado de que tu amigo Rapella es perro viejo en aventuras de amor? ¿Sabes que tiene sobre su conciencia de galán empecatado media docena de duelos con maridos celosos, burlas sin fin de padres severos o tutores ruines, y como unos diez raptos, dos de los cuales han sido del género novelesco, con escalamiento nocturno, incendio, pistoletazo y fuga a uña de caballo con la hembra a la grupa?

—Eso habrá sido en Sicilia, donde la vida romántica es cosa corriente.

—Eso ha sido en Italia, en España, también en Argel, con la circunstancia agravante del uso de cimitarra y del trato con eunucos y demás gentuza de serrallo. El caso tuyo es una simpleza, una comedia de principiante. Yo te respondo de que antes de tres días, si andan por aquí el tío de su sobrina y la sobrina de su tío, les encontramos, les sorprendemos y cargamos con la niña en pleno Estado absolutista y patriarcal, burlando tíos, clérigos, monjas, alcaldes, justicias, pues en ninguna parte son más fáciles las burlas que en estas sociedades rigoristas, donde se alambica la moral y se extreman las precauciones… ¿Me aseguras tú que la niña desea que la robes, que preferirá escaparse contigo a permanecer bajo el poder de su guardián? ¿Estás seguro de eso?

—Como de mi propia vida.

—¿Es ella valiente, de estas que corren tras el amor, como la mariposa tras de la luz, y que prefieren la quemadura y la muerte al aburrimiento de una vida regular?

—Es animosa, corazón grande, imaginación viva.

—Conozco el género. Pierde cuidado, niño.

—Pero dígame si ha podido averiguar…

—Cállate ahora. Pon tu asunto en mis manos.

—No puedo traspasar mi iniciativa. Si no me dice usted pronto lo que sepa, no le acompaño a la visita del Infante.

—Pues tú te lo pierdes, carísimo; porque si no me acompañas a la visita no te diré nada, y tardarás sabe Dios cuánto tiempo en averiguar lo que quizás sepamos dentro de media hora».

Calpena se paró en mitad de la calle para mirar fijamente la cara del italiano, que resplandecía de malicia, de doblez; cara de intrigante de oficio, curtido en enredos políticos de camarilla y en tramoyas mujeriles y palaciegas. Su fino sonreír dejaba entrever a Fernando un mundo de historias y una rutinaria destreza en artes que no se practican a la luz del día. Por un momento sintió desprecio del italiano, después miedo. Comprendiendo al fin la inconveniencia de huir de su lado en tal ocasión y en circunstancias tales, determinó seguir el impulso adquirido, hasta ver en qué paraban aquellos misterios. «Pero yo quiero que me diga usted con sinceridad: ¿qué tengo yo que pintar en el palacio de Su Alteza, ni en que bodegón hemos comido juntos ese señor y yo?

—Es sencillísimo.



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