(Conquistador 01) El lobo de las estepas by Conn Iggulden

(Conquistador 01) El lobo de las estepas by Conn Iggulden

autor:Conn Iggulden
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela Histórica
ISBN: 9788497347655
editor: www.papyrefb2.net


XVIII

TEMUJIN observó cómo el sol se desplazaba por el cielo. Su fuego estaba amortiguado por unas densas nubes, que permitían mirar aquel disco naranja sintiendo sólo una leve molestia. El calor, aunque fuera escaso, era siempre bienvenido por las mañanas tras la helada nocturna. Cuando se despertó, su primera acción fue liberarse los pies del barro mezclado con hielo y, a continuación, empezó a dar patadas en el suelo y a masajearse los miembros hasta que la sangre volvió a circular. Había utilizado una esquina del pequeño pozo para sus evacuaciones, pero seguían estando prácticamente bajo sus pies y, al tercer día, el aire estaba cargado y tenía un olor nauseabundo. Las moscas bajaban zumbando por el entramado, y se pasaba el tiempo espantándolas, manteniéndolas vivas tanto tiempo como podía para entretenerse.

Le habían lanzado pan sin levadura con cordero por el agujero, riéndose de sus intentos de coger los trozos antes de que cayeran en la porquería. La primera vez que había comido uno del suelo había sentido un retortijón en el estómago, pero era eso o morirse de hambre, así que se lo tragó con un simple encogimiento de hombros. Cada día marcaba las sombras móviles producidas por el sol en el barro con pequeños guijarros: cualquier cosa para amenizar el aburrido paso del tiempo y calmar su tristeza.

No entendía por qué Eeluk le había dejado en el pozo en vez de darle una muerte rápida. En las horas de soledad, Temujin fantaseaba con que su captor se sentía abrumado por la culpa, o que se daba cuenta de que era incapaz de hacer daño a un hijo de Yesugei. Tal vez, incluso, era víctima de una maldición o de una enfermedad que lo desfiguraba. A Temujin le divertía imaginarlo, pero en realidad, lo más probable era que sencillamente estuviera cazando o planeando algo atroz. Hacía mucho tiempo que encontraba el mundo real mucho menos satisfactorio que su, propia imaginación.

Cuando retiraron la roca y quitaron el enrejado de ramas casi experimentó alivio al comprender que por fin le llegaba la muerte. Temujin levantó los brazos y dejó que lo sacaran. Había oído las voces de las familias, que se estaban reuniendo, y dedujo que algo así estaba a punto de suceder. No fue de ninguiu ayuda que uno de los hombres que tiró de él le agarrara por d dedo roto, haciéndole dar un grito ahogado de dolor.

Cuando le soltaron, Temujin cayó de rodillas. A su alrededor había más de cien rostros y, cuando su visión se aclaró, empezó a reconocer a gente. Algunos de ellos lo abuchearon y los niños más pequeños le lanzaron piedras afiladas. Otros parecía preocupados, y la tensión que los abrumaba se reflejaba en rostros.

Se preparó para la muerte, para el final. Los años transcurridos desde que los abandonaron habían sido un regalo, pese a dureza. Había conocido el gozo y el dolor, y se prometió entre gar su espíritu sin perder la dignidad. Su padre y su sangre exigían, costara lo que costara.

Eeluk estaba sentado en su enorme silla, que había sacado sol para la ocasión.



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