Conquista by John Connolly & Jennifer Ridyard

Conquista by John Connolly & Jennifer Ridyard

autor:John Connolly & Jennifer Ridyard [Connolly, John & Ridyard, Jennifer]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-02-10T16:00:00+00:00


36

La mañana amaneció triste y oscura, y al poco llegó la lluvia, empujada por un viento frío del norte. A aquellos en el castillo que amaban a Syl les dio la impresión de que el mundo ya la estaba llorando.

Syl había conseguido dormir un poco, pero cuando se despertó, no percibió ninguna diferencia entre el sueño y la vigilia, y las tinieblas la oprimían hasta el punto de que le costaba respirar. Estaba aterrorizada y tuvo que obligarse a calmarse. Intentó no pensar en su padre, ni en Ani, ni en Althea. Pensar en los que la amaban no la consolaba en absoluto. Al contrario, sólo la hacía más consciente de que iban a llevársela lejos de ellos y tal vez no volviera a verlos jamás. Pero pese a su propio miedo, se preocupaba también por los hermanos humanos. Esperaba con angustia que se hubieran puesto a salvo, que todo esto no hubiera sido en vano.

Finalmente, la puerta de su celda se abrió, pero se había acostumbrado tanto a la oscuridad que tuvo que taparse la cara con el brazo hasta que la luz que llegaba desde el pasillo, tenue como era, dejó de hacerle daño en los ojos. El securitat que entró era sólo unos años mayor que ella. Llevaba una bandeja en las manos. En la bandeja había una pequeña taza de plástico llena de rodajas de manzana que ya se estaban volviendo marrones. El guardia arrugó la nariz al entrar en la celda. El olor que despedía el retrete con sustancias químicas —que era poco más que un cubo de agua azulada— era fuerte.

El securitat dejó la bandeja en una pequeña mesa empotrada en la pared, luego retrocedió. Había otros dos guardias en la puerta por si a Syl le daba por intentar recuperar la libertad.

—No puedo comer a oscuras —dijo Syl.

El guardia miró a sus colegas en busca de consejo. Uno de ellos asintió.

—Te volveremos a dar luz —dijo.

—¿Qué hora es?

—Poco más de las seis.

Intentó pensar en algo más que preguntarle. Tras una noche a oscuras quería hablar con alguien. No quería que la dejaran sola de nuevo. El guardia pareció darse cuenta porque su expresión se ablandó y dijo:

—¿Necesitas algo más?

Syl agradeció aquel pequeño gesto amable, ese pequeño acto de generosidad que costaba tan poco pero significaba tanto.

—Un libro —respondió—. Y si puede ser, un poco de agua para lavarme.

—Veré qué puedo hacer —dijo el guardia.

Salió de la celda y la puerta se cerró tras él, pero, como le habían prometido, volvió la luz. Syl desayunó y, al cabo de un rato, el guardia regresó con el volumen de poesía y prosa que les daban a todos los soldados ilyrios, una palangana con agua caliente, una toalla y una pequeña pastilla de jabón. Syl le dio las gracias y él respondió a su gratitud apretando los labios en una mueca que podría haber pasado por una sonrisa.

Cuando la puerta se cerró de nuevo, Syl se quitó la ropa y se lavó. Las cámaras de las



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