Como acabar de una vez por todas con la cultura by Woody Allen

Como acabar de una vez por todas con la cultura by Woody Allen

autor:Woody Allen
La lengua: es
Format: mobi, epub
publicado: 2008-04-28T23:00:00+00:00


Para acabar con los regímenes de bajas calorías. Reflexiones de un sobrealimentado

(Después de haber leído a Dostoievski y una nueva revista dietética en el mismo viaje en avión)

Soy gordo. Soy asquerosamente gordo. Soy el ser humano más gordo que conozco. Lo único que tengo es exceso de peso en todo el cuerpo. Tengo los dedos gordos. Tengo las muñecas gordas. Mis ojos son gordos. (¿Puedes imaginar ojos gordos?) Tengo muchos kilos de más. Se desparrama la carne sobre mí como el chocolate caliente encima de un helado.

Mi cintura es motivo de asco para todos los que me miran. No hay la más mínima duda, soy lo que se dice un montón de grasa. Quizás, pregunte el lector, ¿hay ventajas o desventajas en tener forma de planeta? No es mi intención hacerme el gracioso o hablar con paradojas, pero debo contestar que la gordura en sí está por encima de la moral burguesa. Simplemente se trata de gordura. Que la gordura pueda tener un valor en sí, que la gordura pueda ser, pongamos por caso, mal vista o lamentable, es por supuesto, una broma. ¡Qué absurdo! Porque, después de todo, ¿qué es la gordura si no una acumulación de kilos? ¿Y qué son los kilos? Simplemente un compuesto agregado de células. ¿Acaso una célula puede ser moral? ¿Está una célula más allá del bien y del mal? ¿Quién sabe? ¡Son tan pequeñas! No, amigo, jamás debemos tratar de distinguir entre una gordura buena o mala. Debemos acostumbrarnos a considerar al obeso sin emitir juicio, sin pensar «la gordura de este hombre es una gordura de primera categoría» o «la de este pobre diablo es lamentable».

Consideremos el caso de K. Era un tipo porcino al punto de que no podía pasar por el marco nor73 mal de una puerta sin la ayuda de una palanca. Es cierto que a K. no se le ocurría pasar de una habitación a otra en una vivienda convencional sin desnudarse antes completamente y luego untarse con mantequilla. Imagino los insultos que debe haber sufrido K. por parte de pandillas de jóvenes groseros. ¡Con qué frecuencia deben haberle llamado a gritos «Mapamundi» o «Ballena»! ¡Qué humillación debió ser para él que el gobernador de la provincia se dirigiera a él, en la víspera de la fiesta de San Miguel, y le interpelara delante de los dignatarios:

«¡Usted, el gordo, esa inmensa olla de canalones!»!

Entonces, un día, cuando K. no pudo ya soportar esa situación, se puso a régimen. ¡Sí, a régimen!

Primero sacrificó los dulces. Luego, el pan, el alcohol, las féculas, las salsas. En suma, K. sacrificó el relleno que hace que un hombre no pueda atarse los zapatos sin la ayuda de los Hermanos Santini.(Célebres contorsionistas).

Poco a poco empezó a adelgazar. Cayeron los pliegues de carne de los brazos y de las piernas. Y allí donde había comparecido como un gato castrado, ahora, de pronto, apareció con una conformación normal.

Sí, incluso atractiva. Parecía el más feliz de los mortales. Digo «parecía», porque, dieciocho años más tarde, cuando



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