Cocido y violonchelo by Mercedes Cebrián

Cocido y violonchelo by Mercedes Cebrián

autor:Mercedes Cebrián [Cebrián, Mercedes]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


ESTE DEDITO COMPRÓ UN HUEVITO

Los dedos de mi mano izquierda son ahora mis hijos o, más bien, una colección de cachorritos de gato que me he agenciado. Los de la derecha, como trabajan en bloque para accionar el arco, los percibo de modo más neutral. El meñique de la mano izquierda, llamado cuarto dedo en el violonchelo y quinto en el piano —en eso me recuerda a Carlos I de España y V de Alemania—, es como el cachorro destetado de la camada, el que no llega a la ubre y por tanto no se alimenta lo suficiente. Está débil el cuarto dedo del chelo, quinto del piano. Está débil y es finito, pero ya tiene un poco de callo en un lateral. Ese y el índice son los que muestran más acusadamente sus durezas. Yo, que no he llevado a cabo trabajos duros de labranza ni de curtido de cuero o talabartería, ahora tengo callos en los dedos. Son un orgullo mis callos incipientes: muestran mis horas de estudio como los anillos en el tronco de un árbol exhiben su edad. ¿Cuántas horas hacen falta para que salga un callo? Veinticinco o treinta como mínimo. Me gusta dialogar con mis callos: cuanto más duros y cartilaginosos los noto, más cantidad de trabajo invertido en el estudio del chelo parecen comunicarme.

Muchos violinistas y violistas tienen también su seña identitaria: una mancha rosácea en la parte izquierda del cuello. Como la piel de esa zona es delicada, el roce constante con el instrumento deja esa huella que, supongo, enorgullece a los que la lucen. Podría servir también como pista para que Sherlock Holmes detectara que la sospechosa de turno, además de hábil ladrona de diamantes, es una profesional del violín. No hay que leerla como una cicatriz sino como una marca de fábrica. Coloquialmente la llaman «el chupón», para otorgarle un carácter libidinoso.

Tengo la esperanza de que mis dedos de la mano izquierda acaben siendo horrendamente chatos para que los arqueólogos del futuro puedan decir: «Esta mujer pulsó repetidas veces cuerdas metálicas, algunas de tungsteno, otras de acero. También se detectan partículas de wolframio y de cromo en sus yemas». Tocar un instrumento es, en general, incompatible con una manicura elaborada. Esto es una excelente noticia para una onicófaga como yo, siempre acomplejada ante mis uñas nada pulcras, nada adultas, diría.



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