Cicatriz (Spanish Edition) by Juan Gómez-Jurado

Cicatriz (Spanish Edition) by Juan Gómez-Jurado

autor:Juan Gómez-Jurado [Gómez-Jurado, Juan]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
ISBN: 9788490692097
publicado: 2015-11-17T23:00:00+00:00


Le llevó muchas horas retirar todas las piedras. Había ido reforzando y apuntalando el apresurado trabajo del primer día, y deshacerlo fue más difícil de lo que imaginaba. La nieve congelada había formado una costra de hielo en varios puntos, y costaba separarlas. Usó una rama grande para hacer rodar las más gruesas, para despejar el camino de la entrada a la casamata. Había tantas que tuvo que apilarlas en el lado contrario.

Comenzó al amanecer, y estaba ya entrada la tarde cuando apartó los sacos de pienso, dejando libre el camino. Se quedó mirando la puerta, pintada de un raído verde militar y llena de desconchones oxidados. Pasó mucho rato, la niña no hubiera sabido decir cuánto, pues permaneció allí sentada, con las piernas cruzadas, esperando, pero sin duda fueron horas.

De pronto, la puerta comenzó a moverse y se abrió de par en par con un chirrido quejumbroso.

Una sombra surgió de la oscuridad del interior y se recortó en el vano. El viejo tenía un aspecto horrible. Su pelo era una maraña grasienta y repugnante que le colgaba hasta los hombros, su ropa hedía, su piel era un caos de manchurrones negruzcos. Salió cojeando de la casamata, con los músculos entumecidos e inservibles tras el extenso encierro, y pasó de largo junto a la niña, rumbo a la casa, en busca de lo que había anhelado durante tanto tiempo. Regresó al cabo de un rato y se situó frente a ella. Se había puesto de pie.

—¿Dónde está?

Ella hizo un gesto hacia el camino.

—La enterré por allí.

El viejo dio un paso hacia el lugar que la niña había indicado, pero ella hizo un gesto hacia el bosque al pie de la montaña, a medio día de camino.

—O quizá fuera por allá.

Se miraron a través de un profundo abismo durante bastante tiempo, y el viejo finalmente dijo con la voz cascada:

—Debería matarte.

Ella señaló a su izquierda, sobre una roca, un pedazo de metal al que el sol de la tarde arrancaba un pálido fulgor.

—Ahí tienes la pistola.

El viejo renqueó hasta el arma, tan delgado que parecía una escoba agitándose dentro de un montón de harapos. La recogió con una mano huesuda de uñas largas y amarillentas. Quitó el seguro, comprobó la recámara, caminó hacia la niña y le apoyó el cañón en la frente.

Ella hizo una mueca ante el frío contacto del acero, pero sus ojos verdes no mudaron de expresión. El viejo no pudo menos que admirar la tenacidad de aquella mocosa. ¿Cuántos años debía tener? ¿Trece? Y aun así había logrado encerrarle durante...

—¿Cuánto tiempo he estado ahí dentro?

—Treinta y seis días.

El cañón de la pistola se apretó más contra la frente blanca.

—¿Sabes lo que se sufre con el mono de heroína? ¿Tienes idea de la angustia que sientes, los insectos que te hormiguean bajo la piel? ¿Cómo cada una de las células de tu cuerpo chilla de dolor?

Ella se encogió de hombros.

—Hay muchas clases de dolor. Ese te lo has causado tú solo. ¿Vas a disparar?

El cañón de la pistola se apartó, dejando un círculo rojo allí donde había presionado la carne pálida.



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