Cetaganda (Las aventuras de Miles Vorkosigan 5) by Lois Mcmaster Bujold

Cetaganda (Las aventuras de Miles Vorkosigan 5) by Lois Mcmaster Bujold

autor:Lois Mcmaster Bujold [Lois McMaster Bujold]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788490692554
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2019-02-27T00:00:00+00:00


10

—Tienes que ayudarme con esto, Ivan —susurró Miles con urgencia.

—¿Eh? —murmuró Ivan, en tono de extrema neutralidad.

—No sabía que Vorob’yev lo iba a mandar a él. —Miles hizo un gesto hacia lord Vorreedi, que acababa de terminar su propia conferencia en voz baja con el conductor del auto, el guardia de paisano y el uniformado de la embajada. El uniformado llevaba el atuendo de fajina verde, como Miles e Ivan; los otros dos llevaban mallas y túnicas largas hasta los tobillos en el típico estilo de Cetaganda. El oficial de protocolo tenía más práctica con la ropa cetagandana y se movía con mayor soltura y comodidad.

Miles siguió diciendo en voz baja:

—Cuando establecí esta cita con mi contacto, pensé que Vorob’yev nos mandaría con Mia Maz... al fin y al cabo, esto tiene que ver con la División de Damas o como se llame... No tiene por qué cubrirme. Lo que necesito es que lo distraigas un momento cuando llegue el momento de marcharme.

El guardia de paisano hizo un gesto con la cabeza y se fue. Un hombre de perímetro. Miles memorizó la cara y la ropa. Otra cosa de la que tenía que cuidarse. El guardia se alejó hacia la entrada de la exhibición, que por cierto no se desarrollaba en un recinto normal. Cuando le habían descrito el espectáculo, Miles se había imaginado alguna estructura cavernosa y cuadrangular como la que albergaba la Feria Agrícola de Distrito en Hassadar. Pero el Salón del Jardín de la Luna, como lo llamaban, era otra cúpula, una imitación burguesa y diminuta del Jardín Celestial. Bueno, no demasiado diminuta, en realidad: tenía más de trescientos metros de diámetro y se arqueaba sobre un suelo empinado e irregular. Bandadas de ghems bien vestidos, tanto hombres como mujeres, se acercaban al túnel de la entrada superior.

—¿Y cómo diantres voy a conseguirlo, primito? Vorreedi no es de los que se distraen con facilidad.

—Dile que me fui con una dama. Propósitos inmorales. Tú siempre tienes ese tipo de propósitos... ¿por qué yo no? —Los labios de Miles se torcieron tratando de suprimir una burla a los ojos en blanco de Ivan—. Preséntale a media docena de tus noviecitas. Me parece difícil que no te encuentres con alguna por aquí. Preséntalo como el hombre que te enseñó todo lo que sabes sobre el Arte de Amor Barrayarés.

—No es mi tipo —dijo Ivan entre dientes.

—¡Usa la iniciativa!

—No tengo iniciativa. Yo sigo órdenes, muchas gracias. Es mucho más seguro.

—De acuerdo. Te ordeno que uses la iniciativa.

Por todo comentario Ivan formó un taco con los labios, sin pronunciarlo.

—Estoy seguro de que acabaré arrepintiéndome.

—Aguanta un poco más. Unas pocas horas y todo habrá acabado. —Para bien o para mal...

—Eso ya me lo dijiste anteayer. Y resultó falso.

—No fue culpa mía. Las cosas son un poco más complicadas de lo que suponía.

—¿Recuerdas aquella vez en Vorkosigan Surleau, cuando encontramos aquel viejo depósito de armas y nos convenciste a mí y a Elena de que te ayudáramos a activar el tanque flotante? ¿Y después



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