Cesarea by J. J. Benítez

Cesarea by J. J. Benítez

autor:J. J. Benítez [Benítez, J. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Ciencia ficción, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1996-01-01T05:00:00+00:00


Y cerrando la comitiva, ese desconocido y singular personaje al que he venido refiriéndome: Claudia Procla o Prócula. Una mujer excepcional. Y tras ella, dos sirvientas con sendas canastillas, arrojando pétalos sobre su cabeza y una «orquesta» integrada por media docena de músicos fenicios uniformados con túnicas negras y tocando los instrumentos que hacían furor en el imperio: la kithara de siete cuerdas, con su gran caja de resonancia [91]; la lira, confeccionada con un pintarrajeado caparazón de tortuga y dos cuernos de cabra [92]; el tricordon o laúd de cuello largo de tres cuerdas; el doble aulos (una especie de flauta frigia), de sonido dulce y apasionado, sujeto al cráneo por las phorbeia o correas de cuero [93]; el tympanon o pandero y las curiosas krotala, unas pequeñas castañuelas en madera nacidas siglos atrás en el culto a Dioniso.

Y al son de la alegre canción de Seikilos, un canto a los placeres y a la vida breve [94], se adentraron en el fulgurante comedor. Y al instante, a una señal del «maestresala», los criados de túnica azafrán se apresuraron a repartir una copa de vino. Y satisfecho el primer brindis, en el que Claudia pronunció la obligada plegaria a su «lar». —«Yo te alabo, ayúdame. Yo te ofrezco, concédeme»—, el grupo, entre risas y abrazos, procedió a felicitar a la gobernadora. Entre los asistentes, aunque prácticamente no llegué a tener trato con ellos ni recuerdo sus nombres, conté una decena de centuriones priores y tres o cuatro decuriones, todos pertenecientes a la cohorte destacada en Cesarea. Vestían túnicas rojas y, al igual que el primipilus, portaban las armas reglamentarias. El resto, a excepción del tribuno responsable del régimen administrativo de las fuerzas auxiliares, se hallaba formado por funcionarios, ricos propietarios de las tabernae (las cadenas de tiendas), armadores, algunos comerciantes y acaudalados monopolei (importadores y exportadores, generalmente de cereal y materias primas). No distinguí un solo judío. Y no tardaría en averiguar por qué.

E incapaz de moverme, los observé desde el muro de los frescos.

La mayoría lucía costosas túnicas de lino, teñidas en chillones y cálidos tonos. Poncio, departiendo con unos y con otros, había cambiado de vestuario, eligiendo para esta festiva ocasión un holgado sayo o casaca de muselina semitransparente, en un femenino púrpura amatista (casi violeta). El vestido, hasta los pies, disimulaba con regular fortuna el pronunciado y bamboleante abdomen. Y en lo alto de la menguada y roma estampa, el inseparable, inestable y escandaloso postizo amarillo, con la no menos inevitable y delatora cola negra cayendo sobre la nuca.

Creo que la casi totalidad aparecía maquillada. Cutis encalados con albayalde o enmascarados por espesos antifaces de un kohl terroso y ojos estudiadamente sombreados con antimonio.

Y de pronto, entre flores, música, felicitaciones, vino y risas, Civilis —con un control tan férreo como exquisito de cuanto rodeaba al gobernador— fue a inclinarse discretamente sobre Claudia, susurrándole algo. Y la mirada del centurión, dirigida a quien esto escribe, me puso en guardia. Supongo que, al verme desplazado, trató de corregir la incómoda situación.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.