Casi culpables by Jeffrey Archer

Casi culpables by Jeffrey Archer

autor:Jeffrey Archer [Archer, Jeffrey]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-31T16:00:00+00:00


Max pagó la cuenta del pequeño hotel del East Side aquella misma noche y fue en un taxi al aeropuerto Kennedy. En cuanto el avión despegó, se durmió como un tronco, por primera vez desde hacía días.

El 727 aterrizó en Heathrow justo cuando el sol salía sobre el Támesis. Como no tenía nada que declarar, Max tomó el expreso a Paddington y llegó a su piso a la hora del desayuno. Empezó a fantasear sobre un futuro en el que comería cada día en su restaurante favorito y siempre iría en taxi, en lugar de tener que esperar al autobús.

Una vez terminado el desayuno, Max puso los platos en el fregadero y se arrellanó en una cómoda butaca. Empezó a pensar en su siguiente movimiento, convencido de que, ahora que el rey rojo había encontrado su lugar en el tablero, la partida acabaría en jaque mate.

A las once (una hora apropiada para telefonear a un lord del reino), llamó a Kennington Hall. El mayordomo pasó la llamada a lord Kennington, cuyas primeras palabras fueron:

—¿Lo ha conseguido?

—Por desgracia no, señoría —contestó Max—. Un postor anónimo nos ganó la mano. Cumplí sus instrucciones al pie de la letra y dejé de pujar cuando se llegó a los cincuenta mil dólares. —Hizo una pausa—. El precio final fueron cincuenta y cinco mil dólares.

Siguió un largo silencio.

—¿Cree que el otro licitador pudo ser mi hermano?

—No hay forma de saberlo —respondió Max—. Solo puedo decirle que pujó por teléfono, sin duda con el deseo de mantener el anonimato.

—Pronto lo averiguaré —dijo Kennington, y colgó.

—Desde luego que sí —admitió Max, y empezó a marcar un número de Chelsea—. Felicidades —dijo en cuanto oyó la voz engolada del honorable James—. He comprado la pieza, de manera que ahora se encuentra en situación de reclamar la herencia, según las cláusulas del testamento.

—Buen trabajo, Glover —dijo James Kennington.

—En cuanto usted entregue el resto del juego, mis abogados le extenderán, según les he indicado, un cheque por valor de cuatrocientos cuarenta y cinco mil dólares —dijo Max.

—Pero habíamos acordado medio millón —farfulló James.

—Menos los cincuenta y cinco mil que pagué por el rey rojo. —Max hizo una pausa—. Lo encontrará especificado en el contrato.

—Pero… —empezó a protestar James.

—¿Prefiere que llame a su hermano? —preguntó Max, justo cuando sonaba el timbre de la puerta—. Porque todavía estoy en posesión de la pieza. —James no dijo nada—. Piénselo —añadió Max—, mientras voy a abrir la puerta.

Max dejó el auricular sobre la mesita auxiliar y se dirigió al vestíbulo casi frotándose las manos. Quitó la cadena, accionó la cerradura Yale y abrió la puerta unos centímetros. Había dos hombres altos, vestidos con gabardinas idénticas, delante de él.

—¿Max Victor Glover? —preguntó uno.

—¿Quién quiere saberlo? —preguntó a su vez Max.

—Soy el inspector de policía Armitage, de la Brigada Antifraude, y este es el oficial Willis. —Ambos mostraron su tarjeta de identificación, que Max conocía muy bien—. ¿Podemos entrar, señor?

Una vez que hubieron tomado declaración a Max, la cual consistió en poco más que «he de hablar con mi abogado», ambos hombres se marcharon.



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