Casas de cristal by Louise Penny

Casas de cristal by Louise Penny

autor:Louise Penny [Penny, Louise]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-08-29T00:00:00+00:00


22

Gamache miró hacia las puertas cerradas de la sala del tribunal, volvió a enjugarse la frente y los ojos y centró de nuevo su atención en el fiscal.

Observó a Zalmanowitz y captó algo parecido a un diminuto gesto de reconocimiento.

Ambos sabían lo que acababan de hacer.

Era, en potencia, un paso enorme hacia su objetivo… y casi con total certeza suponía el final para las carreras de ambos. Aun así, en la sala del tribunal todos continuaban abanicándose con papeles, el pequeño ventilador seguía emitiendo su zumbido, los miembros del jurado aún escuchaban a medias, sin ser conscientes de lo que acababan de presenciar, de lo que acababa de ocurrir.

«Todo tranquilo en el frente occidental», pensó Gamache.

—¿De modo que la persona que se sienta en el banquillo de los acusados fue la responsable de que Katie Evans llevara puesto el disfraz?

—Sí.

—¿Fue un acto de venganza?

—Sí.

—Como también lo fue su asesinato.

—Sí.

—¿Y por qué?

—¿A qué se refiere?

—¿A qué venía todo eso? ¿Por qué el disfraz, por qué acosarla y atormentarla, y matarla después en la despensa? Estoy seguro de que habrá oído hablar del concepto de «móvil». ¿No buscó un móvil?

—Ese tono, por favor —intervino la juez Corriveau.

¿De verdad acababa de ver una mirada de complicidad entre esos dos hombres y justo después había escuchado al fiscal soltar una evidente provocación?, pensó la juez. Sus sentidos habían entrado en conflicto.

—Mis disculpas —dijo Zalmanowitz, aunque no sonó arrepentido.

—Sí lo buscamos —repuso Gamache—. Todo lo que usted describe es fidedigno, pero aun así resulta engañoso. Es demasiado fácil perder el norte en una investigación de homicidio, seguir grandes pistas aparentes y pasar por alto los indicios más sutiles y pequeños. Lo que parecía el acoso y posterior asesinato de madame Evans sólo nos resultaba macabro porque no lo entendíamos, pero una vez aclarado, todas esas pistas aparentes se desmoronaron: eran la parafernalia de un asesinato, pero el asesinato en sí fue muy simple. La mayoría lo son. Lo cometió un ser humano por motivos humanos.

—¿Y cuáles fueron esos motivos? Y por favor no me recite los siete pecados capitales.

Gamache sonrió y unos riachuelos de sudor surcaron las arrugas de su rostro.

—Pues fue uno de ellos.

—De acuerdo —dijo Zalmanowitz, aparentemente demasiado agotado como para continuar con el enfrentamiento—. ¿Cuál? ¿La codicia? ¿La lujuria? ¿La ira?

Gamache levantó una mano y señaló con el dedo.

De eso se trataba: de ira.

Una ira que se había convertido en un espectro, que había consumido al ser humano que la albergaba y había salido al mundo… a matar.

Todo había comenzado, como era común, de un modo bastante natural, como las distintas etapas en un proceso de duelo.

Pero, a pesar de que ese proceso tendría que haber conducido a la aceptación, la persona afectada, alimentada por la culpa, se había desviado, se había salido del camino para internarse cada vez más profundamente en el dolor y la furia hasta perderse por completo. Y entonces había encontrado refugio en la venganza, reconfortante y consoladora, y se había calentado ante ese fuego durante años.

La rabia



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