Brazales de duelo (Nacidos de la bruma - Mistborn VI) by Brandon Sanderson

Brazales de duelo (Nacidos de la bruma - Mistborn VI) by Brandon Sanderson

autor:Brandon Sanderson
La lengua: spa
Format: mobi, epub
editor: Ediciones B
publicado: 2017-05-30T22:00:00+00:00


16

Caramba, Waxillium! —exclamó la caja, proyectando la voz de su tío—. Qué alegría me da volver a escuchar ese acento tan melodioso. Doy por sentado que tu entrada habrá sido lo suficientemente melodramática.

—Un telégrafo con sonido —murmuró Wax mientras avanzaba. Su pistola no dejaba de apuntar a Kelesina, que se había retirado hasta pegar la espalda contra la pared del fondo de la pequeña habitación. Sus facciones habían adquirido la palidez de la cera.

—Algo por el estilo —replicó Edwarn, cuya voz aún se oía ligeramente amortiguada. El mecanismo eléctrico no la reproducía con fidelidad—. ¿Qué tal está lady Harms? Espero que su indisposición no haya sido demasiado grave.

—Está bien —replicó Wax, desabrido—, no gracias al hecho de que intentaras acabar con nosotros en aquel tren.

—Bueno, bueno. Ese no era el objetivo. Lo de matarte se me ocurrió después, la verdad. Dime, ¿te fijaste en las víctimas del tren? Uno de los pasajeros perdió la vida, por lo que tengo entendido. ¿De quién se trataba?

—Intentas distraerme.

—Sí, en efecto. Pero eso no significa que mienta. De hecho, tengo comprobado que contarte la verdad suele ser el método más indicado, por lo general. Deberías investigar la identidad del cadáver. Lo que averigües te dejará impresionado.

«No. Concéntrate.»

—¿Dónde estás? —preguntó Wax.

—Lejos —respondió Elegante—, ocupado con unos asuntos de vital importancia. Me disculpo por no haber podido reunirme contigo en persona. Te ofrezco a lady Kelesina en compensación.

—Kelesina se puede ir al infierno —dijo Wax, que agarró la caja y la levantó de su base, a punto de arrancar en el proceso los cables que la unían a la pared—. ¿¡Dónde está mi hermana!?

—Cuánta impaciencia hay en el mundo —sonó la voz de Edwarn—. Deberías haberte ceñido a tu ciudad, sobrino, y haber volcado tu atención sobre los delitos de poca monta que se te servían en bandeja. He procurado ser razonable, pero me temo que ya no me queda más remedio que tomar medidas drásticas y hacer algo que acaparará tu interés por completo.

A Wax se le quedó la sangre helada en las venas.

—¿Cuáles son tus intenciones, Elegante?

—No se trata de mis intenciones, sobrino. Sino de mis actos.

Wax miró de soslayo a Kelesina, que había introducido una mano en el bolsillo de su vestido. Levantó las dos, asustada, justo cuando Wax recibía un impacto tremendo que lo arrojó contra la mesa, derribándola.

Parpadeó varias veces seguidas, desconcertado. ¡La doncella! Había multiplicado su tamaño hasta adquirir unas proporciones colosales. Los músculos de sus brazos amenazaban con desgarrar su uniforme, y su cuello se había vuelto tan grueso como el muslo de un hombre. Wax masculló una maldición y levantó la pistola, que la criada se apresuró a mandar por los aires de un manotazo.

Un estallido de dolor le atenazó la muñeca y sus facciones se crisparon mientras empujaba contra los clavos de la pared para impulsarse y rodar por el suelo, alejándose de la doncella. Se incorporó con las manos hundidas en los bolsillos, hurgando en ellos en busca de alguna moneda, pero la criada no estaba dedicándole la menor atención.



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