Black Mass by Dick Lehr & Gerard O’Neill

Black Mass by Dick Lehr & Gerard O’Neill

autor:Dick Lehr & Gerard O’Neill [Lehr, Dick & O’Neill, Gerard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2000-10-14T16:00:00+00:00


Capítulo trece

Black Mass

Orgulloso y pagado de sí mismo, el John Morris de 1985 todavía gozaba del prestigio por haber supervisado la exitosa operación de escuchas electrónicas en el cuartel general de la mafia a principios de 1981. Era considerado experto veterano, reflexivo y decidido. Por otro lado, llevaba la doble vida típica de un libertino, al igual que los demás miembros de la camarilla: John Connolly, Whitey Bulger y Stevie Flemmi. Todos poseían una imagen pública en marcado contraste con su realidad personal. Morris y Connolly eran agentes del FBI durante el día y salían de juerga por las noches con los dos gánsteres a los que protegían celosamente, aunque eso supusiera adaptar las leyes e incluso violarlas. Bulger y Flemmi se deleitaban con su reputación de hombres astutos con la habilidad de superar en ingenio a la policía. La realidad era que llevaban años facilitando al FBI soplos sobre sus amigos y enemigos en el mundo del hampa, y disfrutaban de un escudo protector proporcionado por el cuerpo de seguridad del Estado más importante de la nación.

Bulger tenía a Morris en el bolsillo: el agente había pedido y aceptado mil dólares en 1982 de manos del gánster para que Debbie Noseworthy volara hasta Georgia. Además, durante los primeros días de 1984, durante el comienzo de la Operación Beans llevada a cabo por la DEA, Morris había aceptado un segundo soborno de la mano que Bulger le ofrecía.

«Connolly me llamó y me dijo: “Tengo algo de los chicos para ti. ¿Por qué no vienes a buscarlo?”. Fui y lo recogí. Era una caja de vino. Cuando salí, me dijo: “Llévala con cuidado, hay algo para ti en el fondo”. Miré dentro del embalaje, y al abrirlo encontré un sobre con mil dólares dentro». Por lo visto, Morris se había enganchado a la sensación que experimentaba en instantes como ese, y necesitaba más. No le preocupaba la duda de si debía entrar en el despacho del agente especial al cargo de la oficina de Boston y entregarlos a todos. No, sus ojillos ambiciosos miraban en esa dirección para asegurarse de que nadie estaba vigilándolo. Tomó un sacacorchos, abrió una botella, se metió en el bolsillo el dinero de Bulger y saboreó al instante hasta la última gota.

Sin embargo, si Bulger había creído que la caja de vino era una segunda prima para su seguro de vida dentro del FBI, de pronto fue presa de una gran decepción. La Oficina Federal de Investigación, que consideraba a Morris un modelo de integridad, trasladó al supervisor a Miami. Tenía la misión de dirigir un equipo especial de agentes centrado en la investigación de un posible caso de corrupción —⁠precisamente de esa falta⁠—, relacionado con un agente federal de Florida. El momento no podía ser peor, teniendo en cuenta el creciente celo en el análisis de Bulger y Flemmi por parte de los agentes de narcóticos y de la policía de Quincy. Durante los meses restantes de ese mismo año y a principios de 1985,



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