Bajo el brillo de la luna by Julia Quinn

Bajo el brillo de la luna by Julia Quinn

autor:Julia Quinn [Quinn, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1997-03-01T00:00:00+00:00


13

Robert estaba esperando en la puerta cuando se fue a trabajar a la mañana siguiente. A Victoria no le sorprendió especialmente: si algo era Robert, era tenaz. Seguramente se había pasado toda la noche planeando su regreso.

Ella dejó escapar un profundo suspiro.

—Buenos días, Robert. —Parecía infantil intentar ignorarle.

—He venido a acompañarte a la tienda de Madame Lambert —dijo él.

—Eso es muy amable de tu parte, pero totalmente innecesario.

Robert le cortó el paso, obligándola a mirarle.

—Lamento disentir. Siempre es peligroso que una joven camine sola por Londres, pero lo es especialmente en esta zona.

—Llevo un mes yendo sola a la tienda cada día y me las he arreglado muy bien —repuso ella.

Él apretó la boca en una mueca de desagrado.

—Te aseguro que eso no me tranquiliza lo más mínimo.

—Tranquilizarte nunca ha sido una de mis prioridades.

Él se rio.

—¡Vaya, vaya! Esta mañana nos hemos levantado con la lengua bien afilada.

Su tono condescendiente molestó a Victoria.

—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que detesto el uso del plural mayestático? Me recuerda a todos los empleadores odiosos que he tenido durante estos años. No hay nada como un buen plural mayestático para poner a la institutriz en su sitio.

—Victoria, no estamos hablando del oficio de institutriz, ni de pronombres, ni singulares ni plurales.

Victoria intentó pasar a su lado, pero Robert siguió bien plantado ante ella.

—Solo voy a repetirlo una vez —dijo él—. No pienso permitir que pases un solo día más en este agujero.

Ella contó hasta tres antes de decir:

—Robert, tú no eres responsable de mi bienestar.

—Alguien tiene que serlo. Porque, obviamente, tú no sabes cuidar de ti misma como es debido.

Ella contó hasta cinco antes de decir:

—Voy a hacer como si no hubiera oído ese comentario.

—No puedo creer que te alojes aquí. ¡Aquí! —Robert sacudió la cabeza con repugnancia.

Ella contó hasta diez antes de decir:

—Es lo único que puedo permitirme, Robert, y estoy muy contenta tal y como estoy.

Robert se inclinó con aire amenazante.

—Pues yo no. Déjame que te diga cómo he pasado la noche, Victoria.

—Hazlo, por favor —masculló ella—. De todos modos no puedo impedírtelo.

—He pasado la noche preguntándome cuántos hombres han intentado atacarte este último mes.

—Ninguno, desde Eversleigh.

Él no la oyó, o no quiso oírla.

—Luego me pregunté cuántas veces habrías cruzado la calle para evitar a las prostitutas que merodean por las esquinas.

Ella sonrió con altivez.

—La mayoría de ellas son muy amables. Precisamente el otro día tomé el té con una. —Era mentira, pero sabía que serviría para pincharle.

Robert se estremeció.

—Después me pregunté con cuántas ratas repugnantes compartes tu habitación.

Victoria intentó obligarse a contar hasta veinte antes de responder, pero su temperamento no se lo permitió. Podía soportar sus ofensas y su actitud dominante, pero aguantar que pusiera en duda sus capacidades como ama de casa… ¡Eso sí que no!

—En el suelo de mi habitación pueden comerse sopas —siseó.

—Estoy seguro de que eso hacen las ratas —contestó él con una amarga sonrisa—. De verdad, Victoria, no puedes quedarte en este barrio infestado de alimañas. No es seguro, ni es sano.

Ella se puso muy derecha y procuró mantener las manos bien pegadas a los costados para no abofetearle.



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