Auto de Fe by Elias Canetti

Auto de Fe by Elias Canetti

autor:Elias Canetti
Format: epub, mobi
Tags: sf
editor: www.papyrefb2.net


Muerta de hambre

Una pequeña fiesta conciliatoria volvió a acercarlos. Aparte de su común amor por la cultura, o, en otras palabras, la inteligencia, ambos habían compartido ya una serie de aventuras. Kien le habló por primera vez de su mujer, una loca a la que tenía encerrada en casa, donde era inofensiva. Cierto es que también guardaba ahí su enorme biblioteca, pero como su mujer nunca mostró el más mínimo interés por los libros, era poco probable que, en su locura, fuera consciente de lo que la rodeaba. Un ser sensible como Fischerle comprenderá sin duda su aflicción al verse lejos de su biblioteca. Pero no hay libro en el mundo mejor protegido que por esa demente, añadió, cuya única obsesión era el dinero. El llevaba consigo lo esencial; y señaló las pilas de libros que yacían por tierra. Fischerle asintió respetuosamente.

- ¡Sí, sí! -siguió diciendo Kien. -Usted no se imagina la de gente que sólo piensa en el dinero. Bello gesto de su parte el de rechazarlo, incluso el que se gana honestamente. Quisiera demostrarle que mis recientes invectivas contra su persona no fueron sino el producto de un capricho, o incluso de mi mala conciencia. Quisiera desagraviarlo por los insultos que, en silencio, tuvo usted que aguantar. Considere, pues, como un desagravio lo que le estoy diciendo sobre la realidad de este mundo. Créame, querido amigo, hay hombres que no piensan en el dinero sólo de vez en cuando, sino siempre: ¡a cada hora, minuto y segundo de sus vidas! Yendo más lejos, me atrevería a afirmar que ese dinero, a veces, es ajeno. La gente así a nada le teme. ¿Sabe usted lo que mi esposa quería arrebatarme?. -¡Un libro!- gritó Fischerle. -Eso aún se entendería, aunque sea un delito gravísimo. No: ¡un testamento!

A Fischerle le habían contado casos similares. El mismo conocía a una mujer que intentó hacer algo parecido. Por corresponder a la confianza de Kien le contó la misteriosa historia en un susurro, rogándole encarecidamente que jamás lo traicionase, ya que su cabeza estaba en juego. No menor fue la sorpresa de Kien al enterarse de quién era la protagonista: la propia mujer de Fischerle. -Ahora puedo confesárselo- exclamó -en cuanto la vi, su mujer me recordó a la mía. ¿Se llama Teresa, verdad? Como no quise herir sus sentimientos aquel día, me guardé mis impresiones. -No, se llama la Rentista; no tiene otro nombre. Cuando aún no era Rentista, le decían la Flacucha, por lo gorda que era. Salvo el nombre, todo lo demás coincidía. La historia del testamento Fischerle despertó a Kien toda suerte de sospechas. ¿No sería Teresa una barragana, clandestina? De ella cabía esperar cualquier cosa. Con el pretexto de acostarse temprano, ¿no pasaría las noches en algún Cié/o? Recordó la horrible escena en que se desnudó en su presencia y barrió los libros del diván al suelo. Sólo una barragana es capaz de tanta desvergüenza. Mientras Fischerle iba hablando de su mujer, Kien fue comparando los detalles -enfermedad, letanía, intento de asesinato -con los que conocía ya por Teresa y le había contado al enano minutos antes.



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