¡Testarudo! by Ralph Barby

¡Testarudo! by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 2019-02-17T23:00:00+00:00


Capítulo VI

Si Harold se fatigaba, se tragaba su cansancio, porque no lo exteriorizaba y en ningún momento pidió que se hiciera un alto en el camino pese a que su edad y condiciones físicas no eran las idóneas para aquella marcha a través de las montañas a las que habían ido accediendo. Los altos picachos aparecían coronados de blanco pese a que estaban entrando en junio.

Tiziano silbó y los hombres se abrieron en abanico, escondiéndose.

Sólo el propio Tiziano, tomando a uno de los asnos por las bridas, siguió hacia una aldea sin duda construida en tiempos inmemoriales y que semejaba desierta.

En apariencia, Tiziano no llevaba ningún arma, pero su metralleta estaba en la alforja del asno, a punto de ser empuñada por si encontraba alguna resistencia. Más lejos, los demás partisanos se mantenían atentos con sus armas por si caían en una emboscada al llegar a aquella aldea.

—¿Tener que pasar aquí mucho tiempo? —preguntó Harold.

—Sí, pasaremos la noche y parte de mañana. Se acerca mal tiempo, aquí arriba las tormentas son muy frecuentes. Además, a todos nos vendrá bien un descanso. Luego, enviaré a tres hombres por tres diferentes caminos y cuando regresen sabremos cuál de los tres caminos conviene escoger para el descenso hacia Potenza: Si nos tropezamos con los soldados y tenemos que hacer una retirada rápida, nos darán muy duro porque en varios kilómetros de marcha no hay árboles y nos cazarían como a conejos. Hay que meditar bien el camino a elegir, ellos lo saben y por eso se preocupan poco de vigilar estas montañas, hay escasas posibilidades de esconderse.

Tiziano, como un arriero cualquiera, se acercó a la pequeña aldea formada por una gran casa con establos y dos más pequeñas. Parecía abandonada. No había gallinas, patos ni perros en torno a aquel lugar. Era como si hubieran pasado por allí los gases mortíferos empleados en la primera conflagración mundial y que, por fortuna, no se habían llegado a emplear en la segunda aún por aquellas fechas.

Tiziano llegó frente a la puerta de la casa madre de la aldea y desde el interior brotó un silbido que imitaba a una alondra.

Tiziano se quedó quieto, miró hacia la puerta, silbó y la puerta se abrió. Por ella apareció un hombre alto y corpulento, un hombre de desbordante vitalidad.

—¡Tiziano, amigo, todavía vivos!

Se acercó con los brazos abiertos hasta aprisionar con ellos a Tiziano.

—¿Qué tal, Santone?

—Molto bene, molto bene.

Se abrieron dos ventanas y por ellas aparecieron sendos partisanos armados que levantaron la mano en señal de saludo.

—¿Y los demás?

—Oh, la guerra es dura, durísima, he perdido a cuatro hombres. ¿Cómo estáis vosotros y la bella Moscone? Bella, bella, bella… —Antes de que Tiziano le respondiera, puso las manos en forma de bocina delante de su boca y gritó—: ¡Moscone, bella, bella, bella! ¿Dónde estás, Moscone? ¡Que mis ojos se llenen de luz al verte!

Viendo que no había peligro, los partisanos de Moscone salieron de sus escondrijos e iniciaron el avance hacia la aldea.

—Es Santone, un buen partisano —dijo la mujer a Pip que caminaba a su lado.



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