Assassin's Creed: Black Flag by Oliver Bowden

Assassin's Creed: Black Flag by Oliver Bowden

autor:Oliver Bowden [Bowden, Oliver]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePub y Mas
publicado: 2013-03-22T16:00:00+00:00


34

Marzo de 1716

Pusimos rumbo sureste o por ahí. Edward dijo que había visto aquel galeón en particular merodeando por el tramo inferior de las Bahamas. Zarpamos a bordo de la Grajilla y mientras avanzábamos nos encontramos hablando con James Kidd, interrogándole sobre su familia.

—El hijo bastardo del difunto William Kidd, ¿eh? —A Edward Thatch le hacía mucha gracia aquella relación—. ¿Es cierto que te gusta contar esa historia?

Los tres nos hallábamos en la cubierta de popa, compartiendo un catalejo como si fuera una botella de ron, pasándonoslo para echar un vistazo a través de un muro de niebla al anochecer, tan denso que era como intentar ver a través de la leche.

—Eso me dijo mi madre —respondió Kidd remilgadamente—. Soy el resultado de una noche de pasión justo antes de que William dejara Londres…

Costaba saber por su voz si le había molestado la pregunta. Él era diferente. Edward Thatch, por ejemplo, llevaba el corazón en la manga. Se enfadaba y al momento pasaba a estar alegre. No importaba que estuviera dando puñetazos o repartiendo abrazos embriagados que rompían las costillas, siempre sabías qué esperar de Edward.

Fueran cuales fuesen las cartas de Kidd, las mantenía bien pegadas al pecho. Recordé una conversación que habíamos mantenido hacía un tiempo.

—¿Le robaste ese atuendo a un petimetre en La Habana? —me preguntó.

—No, señor —respondí—. Lo encontré en un cadáver… Uno que iba por ahí diciéndome mierdas a la cara tan solo unos instantes antes.

—Ah… —dijo y su rostro reflejó una expresión imposible de descifrar.

Sin embargo, no pudo ocultar su entusiasmo cuando por fin vimos el galeón que estábamos buscando.

—Ese barco es un monstruo. ¡Mirad qué tamaño tiene! —exclamó Kidd mientras Edward se jactaba como diciendo: «Os lo dije».

—Sí y no podemos estar mucho delante de él. ¿Has oído eso, Kenway? Mantén la distancia y atacaremos cuando la fortuna nos sonría.

—Al amparo de la oscuridad, lo más seguro —dije con el ojo en el catalejo.

Thatch tenía razón. Era una preciosidad. Un bonito adorno para nuestro puerto, sin duda, y una imponente línea de defensa en sí mismo.

Dejamos que el galeón se alejara hacia una interrupción del horizonte en la distancia que parecía ser una isla. Inagua, si me acordaba bien de las cartas de navegación, donde una cala era el lugar perfecto para anclar nuestras velas, y la vida animal y las plantas abundantes la hacían ideal para abastecernos de provisiones.

Edward lo confirmó.

—Conozco ese lugar. Es un bastión natural usado por un capitán francés llamado DuCasse.

—¿Julien DuCasse? —pregunté, incapaz de apartar la sorpresa de mi voz—. ¿El Templario?

—El nombre es correcto —respondió Edward, distraído—. No sabía que tuviera un título.

—Conozco a ese hombre —dije con tono de gravedad—. Y si ve mi barco, lo reconocerá de cuando estuvo en La Habana. Lo que significa que sabrá quién lo maneja ahora. No puedo arriesgarme.

—Y yo no quiero perder ese galeón —replicó Edward—. Pensémoslo… y quizá debamos esperar a que haya oscurecido más todavía antes de saltar a bordo.

Más tarde aproveché la oportunidad para dirigirme a los hombres.



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