Asesinato en Mesopotamia by Agatha Christie

Asesinato en Mesopotamia by Agatha Christie

autor:Agatha Christie [Christie, Agatha]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: Xibalba's eBooks
publicado: 1935-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo XIX

UNA SOSPECHOSA NUEVA

No pudimos continuar, porque en aquel momento entró el doctor Reilly, diciendo jocosamente que acababa de matar al paciente más fastidioso que tenía.

Monsieur Poirot se enzarzó con él en una discusión más o menos científica acerca de la psicología y estado mental de una persona que se dedicaba a escribir anónimos. El médico citó varios casos que conoció en el curso de su profesión, y monsieur Poirot contó algunas historias en las que intervino.

—No es tan sencillo como parece —dijo por fin—. Existe el deseo de poder y muy a menudo un fuerte complejo de inferioridad.

El doctor Reilly asintió.

—Por eso ocurre frecuentemente que el autor de los anónimos resulta ser la persona menos sospechosa de todas. Algún alma inofensiva, incapaz de matar una mosca, aparentemente; todo dulzura y mansedumbre cristiana por fuera…, pero hirviendo con todas las furias del infierno en su interior.

Poirot observó pensativamente:

—¿Dirá usted que mistress Leidner tenía cierta tendencia a demostrar un complejo de inferioridad?

El doctor Reilly limpió su pipa mientras reía por lo bajo.

—Era la última persona a la que describiría de ese modo. No había en ella nada reprimido. Vida y nada más que vida; era lo que deseaba… y lo que consiguió.

—¿Considera usted posible, psicológicamente hablando, que ella escribiera esas cartas?

—Sí. Lo creo. Pero si lo hizo, la razón se basó en su instinto de dramatizar su propia vida. Mistress Leidner en su vida privada tenía algo de estrella cinematográfica. Debía ocupar siempre el centro…, a la luz de las candilejas. Se casó con Leidner debido a la atracción de lo opuesto, pues él es el hombre más retraído y modesto que conozco. La adoraba, pero a ella no le bastaba una adoración casera como aquélla. Quería ser también la heroína perseguida.

—En resumen —dijo Poirot, sonriendo—, no se adhiere a la teoría de Leidner relativa a que ella escribió las cartas y luego se olvidó de haberlo hecho.

—No, desde luego. No quise rebatir la idea ante él. A un hombre que acababa de perder a una esposa muy querida no se le puede decir que ella era una desvergonzada exhibicionista que casi lo había vuelto loco de ansiedad por el solo placer de satisfacer su ansia de dramatismo. No resulta delicado contarle a un hombre la verdad sobre su mujer. Y es divertido, aunque todo lo contrario ocurre cuando se le cuenta a una mujer toda la verdad sobre su marido. Las mujeres pueden aceptar el hecho de que un hombre es un perdido, un estafador, un morfinómano, un empedernido embustero y un acabado sinvergüenza, sin mover ni una pestaña y sin alterar en absoluto su afecto por el interesado. Las mujeres tienen un sentido admirable de la realidad.

—Con franqueza, doctor Reilly, ¿cuál es su opinión exacta sobre mistress Leidner?

El médico se retrepó en su silla y dio unas cuantas chupadas a la pipa.

—Francamente…, es difícil decirlo. No la conocía bien. Tenía sus encantos…, gran cantidad de ellos. Inteligencia, simpatía… ¿Qué más? No poseía ningún vicio desagradable. No era aficionada al coqueteo, ni perezosa, ni siquiera vanidosa.



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