Arcano trece by Pilar Pedraza

Arcano trece by Pilar Pedraza

autor:Pilar Pedraza [Pedraza, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2000-10-12T00:00:00+00:00


¿QUÉ DEMONIOS…?

PRÓLOGO

—LAS ESPINACAS TIENEN HIERRO y son muy buenas para el crecimiento, ¡así que cómetelas! —⁠exclamó, apremiante, la madre.

Pero la niña no parecía compartir sus criterios dietéticos con el entusiasmo suficiente como para engullir el amasijo verde que se apilaba en su plato; pertenecía, por otra parte, a una generación totalmente desconocedora del mito de Popeye. Hizo oídos sordos, y fingió hallarse absorta en la contemplación del anuncio de bronceadores que expelía en ese momento el televisor.

Viendo a su vástago tan poco dispuesto a entablar la habitual trifulca que amenizaba las comidas, la joven se encaró con su esposo.

—Bueno, cariño, ¿qué hay de eso?

El interpelado levantó la vista de su plato de verdura, sujetándose la montura de las nuevas gafas, que tenían una molesta tendencia a deslizarse nariz abajo, y preguntó alarmado:

—¿De eso? ¿Qué es eso?

El tono de su voz atrajo la atención del niño mayor. Cuando la conversación comenzaba así, no solía resultar aburrida.

—Lo que hablamos ayer, cielo. La escuela de éstos ha terminado, tus clases también, incluso mi cursillo de cerámica. Tenemos que pensar adónde vamos. ¡Nos divertimos tanto el verano pasado en el monte! Además, a los niños el aire libre les sentó de maravilla: no se han constipado en todo el año.

Los rostros de la audiencia se contrajeron en un rictus que expresaba un sentimiento unánime: el pánico. El padre odiaba el cámping, que no favorecía en absoluto sus actividades; la sola idea de que el viento arrebatara sus fichas o que las carpetas se le llenaran de hormigas, le sacaba de quicio. En cuanto a los pequeños, lo que al niño le gustaba hacer en el verano era ir a cines-terraza a ver largas sesiones de películas de terror, actividad imposible en los páramos en que su madre gustaba de acampar; la niña no era exigente, y en realidad lo mismo le daba, pero siempre que había división de opiniones se colocaba del lado de su padre, no tanto por solidaridad hacia él como por irritar a su madre.

El niño resumió el sentir general en un discurso tan breve como transparente.

—¿Otra vez cámping? ¡Vaya fastidio! ¿Es que no podéis inventar algo más divertido?

La madre desoyó la impertinencia e insistió, dirigiéndose al padre.

—Tenemos que decidirlo, porque la semana que viene nos vamos. A donde sea, pero nos vamos. No pienso pasar el verano entre estas cuatro paredes.

—Por Dios, cariño, nadie ha dicho eso. Pero no nos precipitemos. Llevo unos días pensando que tal vez sería conveniente cambiar de programa y pasar unos días en la casa de campo. Hace siglos que no vamos.

—¿En la casa de campo? —preguntó, maliciosa, la joven⁠—. ¿A qué casa de campo te refieres?

Sabía perfectamente a qué se refería su esposo, pero detestaba aquel lugar con todas sus fuerzas.

—Me refiero a la casa de campo de la Yaya, lo sabes muy bien. Está enferma y agradecerá una visita. Además, es un sitio estupendo para los niños.

—Cariño, la Yaya está siempre enferma. ¿Qué te hace pensar que va a morirse precisamente ahora?

—Yo no he dicho que vaya a morirse.



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