Aquelarre (The Coven) by Lizzie Fry

Aquelarre (The Coven) by Lizzie Fry

autor:Lizzie Fry [Fry, Lizzie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-24T16:00:00+00:00


VEINTIDÓS

Pasaron otra noche y otro día en la Reunión y Adelita todavía no había decidido si quedarse allí o marcharse con Ethan cuando Tansy lo expulsara. Cuando acudió al hotel Wellington para comer con el resto de las brujas, Adelita se fijó en que una de las cocineras estaba metiendo envases con comida en una bolsa térmica para llevársela a los hombres que estaban en la antigua comisaría. Adelita cortó el paso a la cocinera y le regaló una sonrisa de oreja a oreja.

—Si quieres, yo puedo llevar la comida a los prisioneros.

La bruja de pelo morado dudó, sobre todo cuando Tansy apareció por la puerta del comedor. Pero antes de que Adelita pudiera suplicarle que le dejara llevarles la comida, la bruja suprema se limitó a asentir con la cabeza. La cocinera, visiblemente aliviada, sacó tres envases con comida de la bolsa y se los dio a Adelita junto con unas servilletas y unos tenedores de madera.

—Gracias —dijo la cocinera—. No me apetecía nada subir hasta allí arriba, la verdad.

Adelita no quería darle a Tansy ninguna pista de lo que iba a decirle a Ethan (ni siquiera ella estaba segura aún de su decisión), así que evitó mirarla a los ojos y hablar con ella antes de salir del hotel. Pero enseguida se arrepintió de ello, ya que se dio cuenta de que no tenía muy claro dónde estaba exactamente la antigua comisaría. Dudó al llegar a la cabina roja y se volvió hacia el camino del puerto.

—¿Tú eres la norteamericana?

Adelita se dio la vuelta y se encontró de frente con una niña de unos diez años, rellenita, embutida en un vestido de guingán demasiado estrecho.

—Sí. ¿Y tú quién eres?

—Soy Jessie —respondió la niña balanceándose ligeramente. Solo apoyaba un pie en el suelo; el otro lo escondía debajo del vestido, como si fuera un flamenco.

—¿Por qué no estás en el colegio con las demás niñas?

—Porque no quiero —respondió Jessie con desdén—. Son unas tontas.

—Seguro que eso no es verdad.

La niña clavó la mirada en Adelita.

—¿Y qué sabrás tú?

Adelita se quedó pensando en las palabras de la niña. Ella siempre había ido a su aire, como Jessie; de niña ya era bastante independiente. Se repetía que sola era más feliz, pero lo cierto era que le daba miedo que la gente la defraudara.

Sonrió a la niña.

—Tienes razón. Yo no sé nada. ¿Pero has intentado llevarte bien con ellas?

—Sí… —La expresión desafiante de Jessie se vino abajo cuando la vencieron los remordimientos por haber dicho una mentirijilla—. No.

—Aquí tienes una gran familia, cielo —dijo en tono comprensivo Adelita—. No sabemos cuánto tiempo podremos disfrutar de los seres queridos. No lo malgastes.

Jessie aceptó acompañarla hasta la antigua comisaría de la policía. Estaba a unos cinco minutos a pie, pasados la taberna, la tienda de la comunidad, los antiguos baños para los turistas y el aparcamiento. Situada cerca de la desembocadura del río, la naturaleza ya había comenzado a apropiarse de ella. Los árboles y las enredaderas habían invadido la fachada y el tejado, de manera que el edificio quedaba casi perfectamente camuflado.



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