Alicia y el teorema de los monos infinitos by Mayte Uceda

Alicia y el teorema de los monos infinitos by Mayte Uceda

autor:Mayte Uceda [Uceda, Mayte]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-05-31T16:00:00+00:00


EL GRUÑIDO DE LAS HIENAS

El martes por la tarde recibí una visita inesperada. Iba camino de Manacor cuando sonó el teléfono. Era Tomás informándome de que Gelabert estaba en La Rodona. Venía a hablar conmigo.

Apreté los dientes y di la vuelta; ya iría otro día a negociar con Cosme los pagos de todo lo que había comprado. Si no me equivocaba, y estaba segura de que no, el empresario astuto venía a proponerme algún negocio. Solo imaginar que había incendiado mis viñedos me provocaba náuseas.

Cuando llegué a La Rodona apareció ante mí la imagen típica de un puñado de hombres en posición de ataque/defensa, dispuestos a saltar unos sobre otros como si estuvieran en un combate de pressing catch. Gelabert no había venido solo. Lo acompañaban dos de sus más fieles empleados, que medían fuerzas ante un enfrentamiento contra Álex, Tomás y Enrique.

Milo también formaba parte del equipo local, y tal vez para el equipo visitante supusiera una diferencia nimia, pero yo estaba segura de que, si la cosa se desmadraba, alguno de ellos se llevaría a casa un recordatorio de su mandíbula.

«No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable», me sopló Dimitri solemne.

Siempre me había alucinado esa tendencia de los hombres a arreglarlo todo a puñetazos (en el mejor de los casos). Era como si la resolución de conflictos por medio del diálogo mermara de alguna forma su virilidad.

Si hubieran sido mujeres, la escena habría sido bien distinta. Para empezar, jamás habría sospechado que entre ellas hubiera el mínimo atisbo de mal rollo. Las habría encontrado tomando una cerveza en el porche mientras criticaban a sus maridos y presumían de sus hijos que, por supuesto, serían infinitamente mejores que los de las demás. Entonces, la versión femenina de Gelabert me diría: «Alicia, maja, le estaba diciendo a tus empleadas lo terrible que ha sido lo de tu incendio. Pero no te preocupes, que para eso estamos las vecinas. Te lo compro todo. Así tú podrás dedicarte a buscar marido a tiempo completo, que la soledad es muy mala y ya no eres una chiquilla. Además ya sabes el dicho: “Vino añejo, solo para el viejo”».

Esta habría sido una forma femenina y delicada de plantear la cuestión, aunque no exenta de algún que otro dardo paralizante.

Pero es cierto, las mujeres odiamos la violencia y siempre estamos dispuestas a dialogar.

Cuando salté del Suzuki solo me preocupaba evitar un enfrentamiento entre aquellos seis hombres y un perro.

En cuanto estuve cerca, Gelabert comenzó a quejarse:

—Diles a tus empleados que se controlen. Si no sujetan la lengua, tendrán que hacer frente a una demanda judicial.

Álex tenía el rostro contraído en una mueca, y el semblante de Enrique y Tomás no era menos agresivo.

—¿Qué quieres, Gelabert?

—Tus hombres han lanzado acusaciones muy graves contra mí.

—Bueno, si son falsas no tienes de qué preocuparte.

—¿Tú también crees que yo quemé tu viñedo?

Contuvo una carcajada, pero no lo logró del todo y su risa nos abofeteó al resto.

—Mis sospechas ya las conoce el sargento Ripoll —dije tratando de sonar confiada.

—Ah, Ripoll, buen chico, su padre trabaja para mí.



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