Algo huele a podrido by Jasper Fforde

Algo huele a podrido by Jasper Fforde

autor:Jasper Fforde [Fforde, Jasper]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2004-04-11T16:00:00+00:00


22 Roger Kapok

LA TASA DE CONTRICIÓN NO ES LO SUFICIENTEMENTE ELEVADA COMO PARA ALCANZAR LOS OBJETIVOS

Ése fue el dictamen devastador del señor Tork Armada, el portavoz de DEDIOS, el organismo que otorga la licencia a las instituciones religiosas. «A pesar de los esfuerzos continuos y concertados por parte de la Goliath por alcanzar los niveles de arrepentimiento exigidos por este organismo —dijo ayer el señor Armada durante una conferencia de prensa—, no ha logrado alcanzar ni la mitad de los requisitos mínimos de divinidad establecidos.» La Goliath recibió con sorpresa el informe del señor Armada, ya que la corporación había tenido la esperanza de que su petición se aprobase con rapidez y sin oposición. «Cambiamos de táctica para dirigirnos a los que consideran a la Goliath anatema —dijo el señor Schitt-Hawse, un portavoz de la empresa—. Recientemente hemos logrado el perdón de alguien que nos había despreciado profundamente, alguien que cuenta por veinte según las propias reglas de contrición de DEDIOS. Pronto habrá más como ella.» El señor Armada claramente no se sintió impresionado y se limitó a decir: «Bien, ya veremos.»

¡Goliath Hoy!, 17 de julio de 1988

Subí rápidamente la calle hasta el estadio de cróquet para 30.000 espectadores, reflexionando profundamente. Esa mañana habían publicado las cifras de contrición de la Goliath y, gracias a mí y al Proyecto de Disculpa en Masa por Crimea, el cambio a religión no sólo parecía ya posible sino probable. El único aspecto positivo era que probablemente no se produjese hasta después de la Superhoop, por lo que cabía la posibilidad —confirmada por mi padre— de que la Goliath intentase comprar al equipo de Swindon. Y apuntar al capitán, Roger Kapok, era probablemente el mejor método.

Dejé atrás el aparcamiento VIP donde se exhibían en fila automóviles caros y le mostré al aburrido guardia de seguridad mi placa de OpEspec. Entré en el estadio y recorrí uno de los túneles de acceso hasta la parte superior, y desde allí miré al campo. En la distancia, los aros resultaban casi invisibles, pero sus posiciones quedaban indicadas por grandes círculos blancos pintados sobre el césped. La línea de las diez yardas cruzaba el césped de parte a parte y los «peligros naturales» —el jardín italiano hundido, los arbustos de rododendros y los parterres— destacaban con claridad. Cada «obstrucción» se había construido siguiendo meticulosamente las especificaciones de la Liga Mundial de Cróquet. Antes de cada partido se medía con exactitud la altura de los rododendros, los parterres se delimitaban con arbustos idénticos, se instalaban en el jardín las azucenas y la gran fuente de Minerva, idéntica a la de todos los campos del mundo, desde Dallas hasta Poona, desde Nairobi hasta Reykjavik.

Vi a los Mazos de Swindon dedicados a una dura sesión de entrenamiento. Roger Kapok se encontraba entre ellos, ladrando órdenes al equipo mientras todos corrían de acá para allá, haciendo girar los mazos peligrosamente cerca unos de otros. El cróquet a cuatro bolas podía ser un deporte peligroso, y manejar los mazos con poco espacio sin provocar heridas físicas de gravedad se consideraba una habilidad única en la Liga de Cróquet.



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