Al sur de Granada by Gerald Brenan

Al sur de Granada by Gerald Brenan

autor:Gerald Brenan [Brenan, Gerald]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1957-01-01T00:00:00+00:00


XIV. Las altas montañas y Guadix

Los veranos en Yegen eran largos, lentos, monótonos, y aunque no excesivamente calurosos, plenos de una luz implacable. No corría ni un soplo del aire puro de las montañas. Todos los días eran iguales. Sentado en mi sillón de barbero en un rincón de mi hogar, con un libro y una taza de café sobre la mesa, oía descender por el cañón de la chimenea —como si la aldea se alzara sobre una isla en medio del cielo— una serie de sonidos lentos y adormecedores: el ladrido de los perros, el rebuzno de los burros, el zumbar de las abejas, el arrullo de las palomas, una voz cantando en la distancia o, a veces, el rasgueo agudo, bruscamente interrumpido, de una guitarra. Las contraventanas estaban semicerradas para que las moscas no entrasen. En aquel calor y oscuridad la mente se disolvía y tenía que esforzarse para seguir el libro —que en 1921 podía ser Por el camino de Swan o la Correspondencia, de Flaubert—. Luego, unas veces sí y otras no, subía hasta el tejado para ver si algo nuevo ocurría. No, no ocurría nada. Tan sólo un turbión de aire ondulante y oleadas de calor frente a las montañas de color ocre amarillento y violeta.

Mi alcoba daba al campo abierto. Una sencilla ventana, cerrada por una reja de hierro y que llegaba hasta el suelo, dejaba entrar el aire nocturno y el ruido de la cascada al precipitarse en el fondo del barranco. Un ruiseñor cantaba, los grillos mantenían su estrépito, y mientras me sentía flotar entre el sueño y la vigilia imaginaba que estaba escuchando un coro de voces en el sonido del agua, cuyas palabras podría captar si escuchaba con atención. Me despertaba y encontraba al sol volando como un pájaro por el cielo, y entonces comprendía que debía huir de esta sucesión de días inmutables y visitar las altas montañas.

En el mes de junio era demasiado temprano. Las colinas todavía estaban inundadas de agua o cubiertas de nieve. Pero en julio, cuando subían los pastores, ya eran habitables. Después de realizar unas exploraciones preliminares, encontré una pequeña cueva protegida del feroz viento de la noche en un valle alto llamado El Horcajo, a la que se podía llegar en burro. Todos los veranos después de aquel descubrimiento subía allá con mantas y provisiones para pasar una o dos semanas en esa combinación de aburrimiento y animación que producen las excursiones en solitario a las montañas.

En El Horcajo había dos o tres cortijos, situados a una altura de más de dos mil metros sobre el nivel del mar, en los que se siembra el centeno en septiembre y se recoge en el agosto siguiente. Los campesinos suben con su ganado desde Trevélez en julio, y durante los dos meses que viven allí se alimentan casi exclusivamente de leche cuajada, quesos frescos y gachas, que es una especie de sopa de harina de trigo, leche de oveja y un poco de ajo. Por



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