3210 - Anno Domini by Rafael Salcedo Ramírez

3210 - Anno Domini by Rafael Salcedo Ramírez

autor:Rafael Salcedo Ramírez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
publicado: 2014-04-25T23:00:00+00:00


CAPÍTULO IX

Bradomer y Falomer se miraron al espejo y ambos hicieron amago a la vez de atacarse a sí mismos. Y no era para menos, si tenían en cuenta que su caracterización de subhumanos no podría tildarse de exacta sino de un grado aún mayor y, tal vez, de genial.

Hasta tuvieron la precaución de sumar a su disfraz un toque de realidad, como era ese olor nauseabundo que emanaba de las ropas y piel de aquellas ratas mugrientas. Les dieron arcadas de olfatearse ellos mismos, pero su misión estaba por encima de aquel asco por su propio hedor y aguantarlo unas horas se vería recompensado con el éxito de aquélla.

Ambos se felicitaron mutuamente por la fidelidad alcanzada en su parecido y lanzaron carcajadas al comprobar que el fenotipo era exacto: cejijuntos, con narices ganchudas, achaparrados, encorvados, piel aceitunada con un toque extra de mugre de cloaca, pelo negro apelmazado con suciedad, uñas sin cuidar, dentadura amarillenta donde habían trucado la falta de la mitad de las piezas, churretes por todo el cuerpo, ropa raída y deshilachada, descalzos y, para dar el toque final, andares poco coordinados y simiescos.

De esta guisa y al abrigo de la noche, tomaron un vehículo de superficie y condujeron con la precaución debida con el oscurecimiento de sus lunas hacia el centro de la gran ciudad. No tardaron en alcanzarlo y dejar el vehículo estratégicamente escondido en uno de los callejones traseros y, desde allí, caminaron imitando las poses de los subhumanos hasta la zona donde, desconociendo lo que iba a ocurrir, miles de personas caminaban inocentes de tienda en tienda, dado que era la hora punta comercial.

Localizaron a unos veinte o treinta metros la pareja de Policías de La Tierra que solían patrullar a esa hora, y que su vigilancia previa había corroborado. El plan seguía su curso y sólo había que darle una vuelta de tuerca para que todas las piezas encajasen.

Bradomer fijó su mirada en las cámaras que, siempre vigilantes, permanecían calladas camufladas en cada rincón. Perfecto, pensó, para sus planes de difusión de lo que a continuación iban a provocar.

-¿Listo Falomer? preguntó a su camarada.

-Listo Bradomer respondió con un gesto obsceno que acompañó con un simulado corte de garganta, marca de la casa.

Ambos, simulando a la perfección las poses subhumanas y el habla gutural que les caracterizaba, salieron a la calle y se mezclaron con las gentes. Éstas, al advertirlo, se apartaban de su lado y corrían a taparse las narices al percibir aquel agrio aroma que desprendían.

La pareja de compinches lanzaban carcajadas y hacían gestos propios de razas inferiores, mientras se empujaban uno al otro en un gesto de complicidad y burla ante lo que provocaban en aquellas gentes; engañadas por su exquisita caracterización y, sobre todo, actuación en vivo y en directo.

Las cámaras registraban cada momento de aquellos y esa era una de sus bazas, de sus argumentos para lograr el efecto que Fleetwood buscaba. Eran sus aliadas y el acto principal iba a comenzar de inmediato.

Para ello, Bradomer eligió



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