1984 by George Orwell

1984 by George Orwell

autor:George Orwell [Orwell, George]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1949-01-01T05:00:00+00:00


8

¡Lo habían hecho, por fin lo habían hecho!

La sala en que se encontraban era alargada y estaba tenuemente iluminada. Habían oscurecido la telepantalla hasta reducirla a un leve murmullo; la alfombra de color azul oscuro era tan gruesa que daba la impresión de andar sobre terciopelo. O’Brien estaba sentado al fondo ante una mesa a la luz de una lámpara de pantalla verde con un montón de papeles a cada lado. Ni siquiera se había molestado en alzar la mirada cuando el criado hizo pasar a Julia y a Winston.

A Winston el corazón le latía con tanta fuerza que dudó que pudiera hablar. Lo habían hecho, por fin lo habían hecho, era lo único que podía pensar. Presentarse allí ya había sido una temeridad, pero haber ido juntos solo podía tildarse de locura inimaginable, por más que hubiesen ido por caminos diferentes y no se hubieran encontrado hasta llegar al umbral de O’Brien. Aun así, hacía falta aplomo para entrar en un sitio como ese. Solo en contadas ocasiones entraba uno en el domicilio de un miembro del Partido Interior, o incluso pasaba por los barrios donde vivían. El ambiente del enorme bloque de pisos, la suntuosidad y la amplitud de todo, los olores desconocidos a buena comida y buen tabaco, los silenciosos y rapidísimos ascensores que se deslizaban arriba y abajo, los criados con chaqueta blanca que iban y venían… todo resultaba intimidatorio. Aunque tenía un buen pretexto para ir allí, a cada paso le había dominado el temor de que apareciera un guardia uniformado de negro a la vuelta de la esquina, le pidiera los papeles y le diera la orden de marcharse. No obstante, el criado de O’Brien les había hecho pasar sin la menor dilación. Era un hombre bajo, de cabello negro, con una chaqueta blanca y un rostro adamantino y achinado totalmente inexpresivo. El pasillo por el que les llevó estaba tapizado por una mullida moqueta y las paredes empapeladas de color crema y los rodapiés blancos estaban exquisitamente limpios. Eso también resultaba intimidatorio. Winston no recordaba haber visto un pasillo cuyas paredes no estuvieran mugrientas por el contacto con el cuerpo de la gente.

O’Brien tenía un papelito entre los dedos y parecía estar observándolo atentamente. Su rostro serio, tan inclinado que se veía la línea de la nariz, parecía temible e inteligente al mismo tiempo. Pasó unos veinte segundos sin moverse. Luego se acercó el hablascribe y tecleó un mensaje en la jerga híbrida de los ministerios:



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